Eres mía
35 años Valencia, 25 años Nerja, 22 años Valladolid, 34 años Granada, entre 20 y 30 años Alcantarilla, 26 años Santurce. Son las últimas, dicen que ocho menos que el pasado año, pero son 50 confirmadas y 7 pendientes de que las investigaciones cataloguen su asesinato como violencia de género.
Y deseando encarecidamente que sean las últimas, sé lamentablemente que no va a ser así, más cuando después de escuchar opiniones masculinas muy respetables y ofrecidas desde la reflexión, la calma y la total consciencia del problema y sus despreciables consecuencias, todos me llevan a detectar como causa común, que no única, pero sí muy secuencial: el desmesurado sentido de la posesión que muchos de ellos tienen sobre sus mal consideradas mujeres. Porque si en un principio ese desaforado sentir viene a provocar continuos episodios de malos tratos disfrazados de celos por aquello del mucho te quiero por sentirlos, acaban convirtiéndose en golpes, insultos, prohibiciones y aislamientos antesala del resultado que todos sabemos. Uno de mis compañeros de EPDV me contaba lo difícil que le resulta llegar a ver la posible solución a esta condición de poseedor que el hombre siente y ejerce. Me decía que conoce hombres divorciados que enloquecen solo con imaginar a su ex-mujer con otra persona manteniendo relaciones sexuales, pues ese vínculo, el carnal, es de ruptura insuperable: el cuerpo todavía es suyo esté donde esté y sean cuales sean las circunstancias de la separación.
También me han dicho que otra posible causa de este mal provenga de educaciones religiosas, por suerte cada vez más disueltas socialmente, que situaban a la mujer en inferioridad y relegada el papel de servicial esposa y amantísima madre de la camada como una posesión más del varón, eje del hogar y por lo tanto por encima de ellas. A la mayoría de nosotros, personas provenientes de familias normalizadas y con valores de convivencia adecuados y adaptados al conjunto social, se nos ha enseñado a respetar aquello que es de otros: Niño, no cojas eso que no es tuyo, deja eso donde estaba que no es tuyo, no maltrates bancos o plantas de jardines porque no son tuyas. Las leyes igualmente protegen las posesiones materiales, intelectuales o de vida de cualquiera de nosotros y castigan los intentos de apropiación indebida, la invasión de la intimidad, usurpación de bienes, la utilización de la idea ajena e incluso el uso del trabajo de otros. Y sin embargo la defensa del que nosotros somos única y exclusivamente de cada uno de nosotros no es algo que se venga aprendiendo o enseñando o protegiendo adecuadamente.
Los padres, erróneamente, creemos que nuestros hijos son nuestros, y si bien es verdad que son nuestro deber hasta que adquieren la autonomía necesaria para valerse por sí mismos, pudiendo con ello devolverles aquellas obligaciones que les hemos cogido hasta llegado ese momento, confundimos el amor paternal, el único que no pide compensación y que todo lo justifica hasta rayar el ridículo o la insensatez, con la propiedad. Al igual que muchos de los integrantes masculinos de la pareja tienen confundido este concepto de amor con la posesión mental y sobre todo física, concepto que no eleva la mano cuando la mujer decide ser de ella misma devolviéndose su condición natural, sino que viene fermentando desde los principios de la relación, y es cuando esta relación toca a su fin cuando aflora el verdadero fondo del vínculo deforme que una de la partes profesaba. Poso que unido a educaciones que encumbran al hombre, sólo contiene sentimientos de posesión hacia un cuerpo de mujer, demostrando que nunca antes el interior de ese cuerpo había sido considerado independiente y dueño de sí mismo.
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