Fuego de virutas

Eros

Diferenciar entre lo erótico y lo pornográfico resulta difícil. Transitando por la cuerda de los gustos, los límites no están escritos. El impulso sexual, tan personal, se mueve en campos difusos. Hay a quienes les excita la mierda –coprófilos–, hay a quienes sólo la ternura. La obscenidad que es para unos, para otros es sólo pudor excesivo, melindres.

Pedro Marco nos trae una exposición titulada "Eros". Es, desde el 8 de diciembre hasta el 10 de enero, en El Túnel, local al que nunca pagaremos sus apuestas generosas de ocio y cultura. La exposición nos enseña que Pedro Marco sigue siendo el artista que no lo es si no es desde una perenne inquietud. Lo conocemos lo suficiente para verlo detenido en una constante. Podría haberse entretenido y aburguesado –entiéndase esto como acomodo– en sus trazos de arquitecturas locales y en esos guiños que hemos apreciado en otras etapas de su pintura, pero Pedro, como artista renaciente, sigue probando mundos y temas que le inquietan como humano. Y ahora le mueve quizás lo más original, Eros, lo que de no ser, no seríamos. Porque Eros, como nos enseña la tradición clásica, garantiza la continuidad de las especies. Si somos y seguimos siendo es por el eros. Eros, también nos lo dicen los clásicos, es el dios del Amor, nacido como Tierra y Cielo del Caos primigenio. Si bien, a decir de Diotima, sacerdotisa de Mantinea en "El banquete" de Platón, Eros, más que dios, es fuerza de continuo insatisfecha e inquieta. Como el artista. Mas sin saber bien de donde viene, Eros se nos ha impuesto con fisonomía de niño, alado o no, desazonando los corazones. Encendiéndolos con llamas, hiriéndolos con flechas. Con mucho poder.

No sé si la exposición de Pedro Marco herirá o encenderá corazones. Puede que aún escandalice a algunos. Vivimos en una sociedad castrada por un lado y desinhibida por otro. Distorsionada al cabo para apreciar sin prejuicios o lascivias la belleza de los cuerpos en la belleza del cuerpo. Si Pedro Marco buscaba nuestra atracción, acaso nuestro instinto, lo consigue desde el cartel hasta toda la muestra. De hecho no sé si la imagen del cartel anunciador es provocación, reclamo como buen cartel, un cartel donde yo he visto desde el primer momento un felino, un lince, que me dice el autor que no está, pero yo cuanto más lo miro más lo veo. Así, lo mismo me seduce con su belleza que me acecha: Eros.

Y respecto a lo que a veces decimos sobre el Cristianismo y el nacimiento del pudor, al contrastarlo con lo grecolatino, habría que releer "Risus Paschalis" de Jacobelli donde se defiende el fundamento teológico del placer sexual. O pasearse por las románicas y católicas tierras de la Vall de Boí para no escandalizarse tanto de escenas de achuchones, masturbaciones, sexo oral, incluso zoofilias... esculpidas sin pudor en las portadas de las iglesias. Aleccionadoras, dicen algunos estudiosos. Sin ninguna duda. A la vista de todo público y pétreas... ¡Aleccionadoras!

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