Estación de Cercanías

¿Es aconsejable el consejo? (II)

La pasada semana dejaba sobre el papel ideas entre interrogantes, dudas que desamparadas de explicaciones han quedado en el aire a merced de ser contestadas al libre albedrío. La inconveniencia política de responder ha pesado mucho, ¿verdad Cate?
Pero mira tú por dónde, cuando más carente estaba de saber, cuantos más porqués se agolpaban en mi mente, cuando el convencimiento de la negación era palpable, llega el 8 de marzo y acudo al teatro para comprobar de primera mano lo que nos habían preparado desde el ayuntamiento para celebrar el Día de la Mujer Trabajadora.

Fui al teatro con la mente abierta, a ver y a escuchar, sin bloqueos mentales motivados por mi postura en contra del proceder y utilización del femenino que el Consejo Municipal de la mujer practica. Y sí que vi. Vi una obra de teatro que no valoraré artísticamente, pues no soy una experta en esas materias. Además, los rostros del público o pública –aquí me acabo de liar porque el 80% éramos mujeres– lo decían todo. Obra alegórica de la vida de una mujer luchadora en su tiempo, valiente en sus formas y adelantada intelectual a su época, una mujer significativa en la Francia de Robespierre… Parte de la historia, y como una clase de esta materia asumí –cuando reflexioné– lo que allí se vio.

Y escuché, eso es lo que más hice, escuchar. Oír desde las palabras que –incluidas en la guía de la mujer 2007/08– leyó una representante del Consejo a modo de introducción, hasta las que Olimpia de Gouges, la heroína en cuestión, nos hacía llegar. Y me parecieron bonitas, ejemplarizantes, sabias. Me parecieron palabras que alejaban al hombre de culpas injustas, me parecieron palabras para la igualdad, para la consecución de logros conjuntos, palabras dignas de ser ejecutadas en toda su dimensión, con todo su mensaje, palabras que lamentablemente han quedado solamente plasmadas en un papel porque una cosa es decir y otra muy distinta aplicar.

La sencillez de adornar con armónicas palabras momentos o situaciones está al alcance de cualquiera que sepa combinar debidamente las letras de nuestro abecedario: con esto y un poco de puesta en escena, ¡chas!, todo puede parecer lo que no es.

A la fecha de redacción de este artículo las cuestiones planteadas desde aquí la semana pasada no han sido dignas de respuesta. Solamente el silencio, la callada y la ignorancia más absoluta hacia quien con diferente visión de la mujer y sus necesidades ofrece la misma públicamente con el único anhelo de poder abrir –según palabras de SU agenda– “los dos ojos a la vez logrando así tener todo el campo de la visión y una percepción exacta de la profundidad”, es lo que ha llegado. Las que utilizan esta frase como suya no la practican, su hegemonía sigue siendo inexpugnable, su criterio el único valido.

Pero no me importa. Sigan errando al callar, porque con su silencio no dejan de responderle a Isabel, no. Dejan de responderle a la señora que al acabar Olimpia comentaba: “En esto se gastan el dinero”. Ignoran a la mujer que no sabe dónde acudir para librarse del infierno de su hogar. Evitan contestar a la madre que, necesitada de trabajar, no encuentra un lugar para dejar a sus hijos. Se alejan inútilmente de la visión masculina.

Admiro el uso envolvente que hacen de la palabra, pero si con ella difundiesen un mensaje válido mejor que mejor, porque cuando el verbo se sustenta sólo por la tinta, la voz o la idea no compartida, cuando su fondo es vacío y la pretensión de hacerlo carne nula, pierde desgraciadamente toda su consistencia, llevando a la flacidez lo valido del proyecto y lo invertido en él.

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