Testimonios dados en situaciones inestables

Es decir, contemplar asesinatos virtuales se ha convertido en una droga

Estoy seguro de que no conoce a nadie personalmente que haya matado a alguien, ¿verdad? Es normal. La proporción de gente que en esta época realmente mata a alguien es minúscula, ridícula, casi patética. [Se atusa el fino bigotillo con despreocupación, como subrayando la inequívoca verosimilitud de su afirmación.]
Pero sin embargo todo el mundo ve a diario, en películas y series de televisión, a personas que matan a otras por las razones más variadas e imaginativas; aunque siempre ocurra, lógicamente, de mentira. Es un bombardeo continuo y monótono. [Gesto de desenfundar revólveres.] Bang, bang, mientras aliñamos la ensalada o discutimos con nuestros hijos por las jodidas notas del colegio. Bang, bang, mientras hablamos por teléfono con nuestros enfermos padres o, incluso, cuando roncamos frente al televisor con el mando a distancia a punto de caer al suelo desde nuestra flácida mano. Es decir, contemplar asesinatos virtuales se ha convertido en una droga. ¡La gente está enganchada! No podría soportar una semana sin su ración de crueldad fingida o [mueca de conferenciante] re-pre-sen-ta-da. Porque ver por la tele cómo a alguien le abren la cabeza con una pala, tío, [se ladea como un vulgar jovenzuelo de barrio] ¡mola un montón! ¡Es un subidón de adrenalina para morirse, tío! [Recompone su figura y se tira de los brillantes gemelos.] Y en esto las series de televisión y las películas americanas están a la cabeza. Se han convertido en el gran cártel suministrador de chutes violentos a esta sociedad adocenada y pusilánime; con el objetivo, por supuesto, de que se mantenga alto el nivel de estrés y paranoia. Esto crea la injusta sensación de que la violencia es mucho mayor de lo que realmente es. Digamos que la amplifica para llevarla hasta el último rincón de nuestro secuestrado mundo. Figúrese el sobrepeso psicótico, el desgarro moral, la fractura a la que están siendo sometidas nuestras convicciones y nuestros más profundos deseos. Entonces, ¿cuál es la solución? [Apoya su mano en la barbilla mientras una sonrisa sofisticada eleva su fino bigotillo.] No sea cauto. Puede decir lo que piensa. En cualquier caso, no voy a ser yo quien le censure. Le hemos traído aquí para darle la oportunidad de enmendar una injusticia. Porque quiero creer que empieza a captar la profundidad de lo que se juega. Sí, lo veo en su cara. Ha pasado del miedo a la sorpresa, y ahora empieza a crecer en usted la indignación. [Le pone la mano en el hombro como un gesto de sana camaradería.] Piense que esta es la ocasión de hacer algo auténtico por su dignidad. Porque (y esta es la clave, no sienta vergüenza de reconocerlo) el hecho cierto e innegable es que usted [le señala con el dedo] ¡no ha matado nunca a nadie!, ¿verdad? Lo han drogado con toda esa basura para que crea que sería capaz de hacerlo, pero [le señala con el dedo] ¡no lo sabe! [Le pone una pistola en la mano y desaparece en la penumbra.] Pero hoy es su día de suerte. Cuando se abra esa enorme puerta se encontrará frente a alguien amarrado a una silla como usted y también con una pistola, que está dispuesto a dispararle para demostrarse que puede ser algo más que un domesticado y mediocre yonqui de la violencia virtual. ¿Y qué va a hacer usted?

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