Cartas al Director

Es la economía

Una de las primeras lecciones que aprendí, allí, en mi casa, es que los billetes no caen por la chimenea, ni crecen en los árboles. Que las cosas se hacen de una forma o de otra, pero que, a última hora, hay que pagarlas. Porque nadie regala nada.
Lo cual nos lleva a otro punto importante: si deseamos un estado amparador con múltiples coberturas, hay que apoquinar. Si queremos una serie de subsidios que no dejen con el culo al aire al que más lo necesita, hay que soltar la mosca. Si deseamos una enseñanza de calidad, una sanidad que no induzca el vómito, carreteras dignas, polideportivos, piscinitas cubiertas, rotondas, y todos los servicios del estado del bienestar, hay que pagar. Sí o sí. Nos guste o no.

Pero sobre todo: hay que saber gestionar los recursos, saber hacer cuentas y no vender la piel del oso antes de cazarlo, porque si no, pasa lo que pasa. Y tener un control, ceñirte a los ingresos para planificar el gasto.

De ahí que por mucho que hablemos de cosas de tinte social, en última instancia, de lo que estamos hablando, es del vil dinero con que se pagan todas esas cosas, que como sabemos, no son gratis. Y todo esto se puede reducir a un simple “qué se recauda con la fantasía de impuestos con que nos aturden y cómo se gestiona”. Tanto tienes, tanto puedes gastar. Y dejémonos de pavadas.

Por otro lado, pensar que las cajas nuestras de cada día se han hundido o amenazan ruina porque los curritos no pagan las hipotecas es de una temeridad que raya la esquizofrenia. El verdadero colapso de las entidades bancarias viene por los CBH de turno y los Proisa que cuando vienen mal dadas, levantan el vuelo y te dejan con el culo al fresco con deudas gigantescas que una CAM o un Bancaja a duras penas pueden asumir. Pero el problema de esto viene cuando el Estado ha de inyectar fabulosas cantidades de dinero para sostener un sistema financiero que ha pecado de avariento y de negligente, –¿cuánto nos va a costar la fusión de la CAM?–, se agrava cuando por causa de estas entidades se cierran infinidad de pequeñas y medianas empresas que no pueden hacer frente a los impagos que los CBH y los Proisa han provocado y que mandan ejércitos de gente al paro, que paga el estado, que somos tú y yo, y ése y el otro: es decir, que porque unos roban, los demás pagamos las consecuencias, de un modo directo en forma de falta de trabajo o indirecto, esquilmando las arcas públicas. Mías, tuyas, de todos.

Pero lo más divertido del asunto es que esos mismos tipos sin escrúpulos que han estafado a montones de consumidores que se dejan el alma por pagar estruendosas hipotecas, que han chorizado a pequeñas y medianas empresas, con las consecuencias ya descritas, esos mismos tipejos vuelven por sus fueros, montando sociedades opacas, cambiando el nombre, operando del mismo modo: desviando fondos a paraísos fiscales como Luxemburgo o sus bancos de Suiza sin devolver un duro de lo que han chorizado, ni haber pagado en modo alguno tanto descalabro provocado. Lo que nos lleva a pensar que aquí no pasa nada si a lo que te dedicas es al desfalco de guante blanco. Porque puedes hacer lo que quieras: cobrar subvenciones, tirar gente a la calle, no entregar pisos por el que ya se han dado fuertes adelantos, dejar descubiertos a las empresas con las que trabajas, y para ello sólo tienes que crear otra sociedad, con otro nombre, para seguir trampeando. Así nos luce el pelo.

Yo no me quejo de pagar impuestos, de lo que me quejo es de que se gestionen tan rematadamente mal y de que el que la ha hecho, parece inmune a las consecuencias de sus actos.

Fdo. José Manuel Vidal

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