Testimonios dados en situaciones inestables

Es lo que tiene ser una de las últimas personas con sentido común

Estaba cansada de mantener tanta tensión, de estar todo el día vigilante y a la defensiva. Es lo que tiene ser una de las últimas personas con sentido común, sensatez y saber estar. No soporto encontrarme cerca de nadie que tenga algún tipo de desequilibrio psicótico o neurótico o desorden de las ideas o conducta extraña y claramente contraria al sentido común. [Un acelerado pestañeo le provoca un breve y perturbado bizqueo.]
Y claro, me pasaba todo el tiempo escudriñando rostros, analizando frases y valorando severamente actos dubitativos o extravagantes. Y lo peor era que una podía estar segura de que esta continua inspección solo podía desvelar un número relativamente concreto y claramente insuficiente de personas infectadas con la semilla de la locura. Sabía que en muchos casos el virus estaría disfrazado con variadas y aceptadas excusas sociales. Porque la dinámica actual incorpora a la vida cotidiana las más esperpénticas insensateces con absoluta naturalidad. Tiene que saber (y usted me parece, por ahora, una persona relativamente sensata; el estar aquí prestándome atención dice mucho a su favor) que la locura está conquistando el mundo, y que la gente, cegada por un torrente de atropelladas y absurdas novedades, juguetea al borde del precipicio de la demencia. [Pausa. Recompone la postura como para subrayar la calidad de su temperamento supuestamente armónico.] Mire usted si no, la forma que muchos individuos tienen de vestir o de peinarse o de decorar sus casas. O lea los periódicos con sus noticias y opiniones manipuladoras. O mire la televisión con sus desquiciados debates sobre asuntos estúpidos o sobre actitudes políticas claramente interesadas o esquizoides. O escuche la radio con sus sociópatas aulladores como lobos fanáticos. O escuche en un bar las conversaciones y gestos inconexos y petulantes de los parroquianos, tratando de encubrir, como tétricos magos de provincias, sus desordenadas vidas llenas de quistes emocionales. Todo está lleno de esta viscosa propensión a la chifladura, al desorden y al mal gusto (que es uno de los más hirientes y desagradables efectos de las actuales epidemias de paranoia). Y al final una tiene que tomar decisiones de supervivencia extrema para mantener su vida a flote ya que, porque, es que [y las razones objetivas se le agolpan en el lóbulo frontal izquierdo colapsando momentáneamente el final de su frase, lo que le produce un pavoroso escalofrío, que algo dentro de ella se encarga inmediatamente de aniquilar]. Comprenderá que no me quedaba otra opción para preservar mi cordura (aunque no sin cierta tristeza por el género humano), que aislarme aquí, en esta casa de la que usted, desde este pequeño ventanuco que nos separa, puede admirar su distribución inteligente y su equilibrada ornamentación. [Sonríe con un perfil de moneda antigua.] Al principio me resultó un poco duro. Pedía todo lo que necesitaba por teléfono, pero pronto empecé a oír construcciones sintácticas claramente preocupantes en mis interlocutores. Después me pasé a internet como único medio de aprovisionamiento, pero fue un fracaso, ya que las páginas web rara vez estaban perfectamente organizadas o armónicamente coloreadas, desvelando que tras ellas había uno o varios individuos a punto de cierto colapso. Ahora he decidido ser autosuficiente y producir todo lo necesario en el enorme sótano de la casa. Criaré vacas y plantaré hortalizas, legumbres y champiñones. Viviré una vida libre y soberana. Es lo más sensato.

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