Escribo porque todavía estoy viva
Escribo porque te escribo y sin querer sigo escribiendo, no sé si para el mundo o para mí misma. Cuando escribo me concilio con la soledad, con el silencio, con el yo interior frente a la barbarie del ruido, de la estupidez, de la irracionalidad, del aborregamiento. Voy transformando un papel blanco en obra escrita con palabras que se encadenan por sí solas, para que cada relato consiga tener vida propia.
Escribo quizás sin ningún propósito, pero acelero mi marcha en busca de una buena expresión. Escribo porque que todavía estoy viva, al igual que mis lectores, que leen lo escrito porque no están muertos.
Esta hoja limpia de imperfecciones arrastra incansablemente deseos, historias y emociones que jamás fueron contadas como yo las escribo, y no piensen que soy mejor ni peor que nadie, pero valga la definición biológica, de que nadie es igual a nadie. Sólo yo como ser único puedo relatar lo que pasa por mi mente. Para mí, escribir es la manera más barata de pensar, de reflexionar, de ordenar el caos interior, la mezcolanza que lo real, interior y exterior, produce en mi organismo. Y al escribir me relajo y me excito sacando emociones que salen al encuentro de frase vagabundas que van en busca de refugio.
Escribir es un método formidable para registrar con los cinco sentidos, como un detective, lo que sucede en la realidad, en mi realidad, lingüística y existencial. Escribiendo enamoro a la vida como aliada en una batalla florida en la que nadie pierde, se gana la belleza escrita. Si porque escribo hay ganancias en los corazones ajenos, me siento satisfecha. El acto de escribir es de total libertad, sin trampa ni cartón. Como leer. Porque puedo manipular las palabras, colocarlas como me plazca, hacer con ellas un mundo. Puedo escribir a distintos destinatarios, con distintos objetivos, hacer diez versiones de una misma historia, abro las puertas de la imaginación que hasta me sorprende a mí misma.
Deslizó mis dedos en el teclado del ordenador forjando letras y signos que den fuerza a mis pensamientos, como amigo de mis neuronas traductoras de caprichos enloquecidos que apuntan hacia un punto fijo de escritura. Sólo sé escribir desde el corazón, aunque parezca de lo más cursi, porque quisiera publicar tantas injusticias, tantas ideas creativas, que sigo estirando de la cuerda fina que encadena mi ilusión de apasionada escritora. Y si sigues leyendo lo escrito es que tú también eres persona creadora y luchadora por esas causas injustas, que sientes, al igual que yo, cuando sentimos que mucha gente se siente herida.
Quisiera, cada día, escribir palabras hechas poesía, enarbolar versos cristalinos que relaten hechos vividos. Recorro mi memoria de arriba abajo, como quien busca una flor en el campo para ofrecérsela a su amada. Todavía sigo viva, y cada vez más consciente del tiempo perdido, en el que no tenía ni lápiz ni un papel, para dar rienda suelta a tantas historias que no he escrito y que tal vez pueda escribir.
Hay momentos en que, impulsada por emociones, y otros por un cerebro que nada descansa, imagino una avalancha de letras que se apoderan de mí sin ninguna excusa. Escribo con mayor o menor acierto en la sábana o ataúd de la página. Cuando escribo es una forma de leer el desorden ordenado de mi interior. Porque la historia está escrita, te escribo para hacer de cada palabra una historia mía, inventar un nuevo artículo para ti, amigo. Porque escribir es una aventura tan apasionante y tortuosa que me dejo arrastrar sin poner resistencia. Yo escribo con la originalidad que me dicta el destino. Sólo vivo y muero por un relato bien escrito. Escribo por todas estas razones y porque escribiendo puedo ser yo misma.