Abandonad toda esperanza

Escritoras y escritores y viceversa

Abandonad toda esperanza, salmo 536º
Menuda la que se ha montado estos últimos días con los premios literarios. Al menos en los suplementos culturales, las columnas de opinión y los perfiles de los interesados en las redes sociales; porque lo que es el universo de Sálvame, Gran Hermano y Mujeres y hombres y viceversa imagino que todo seguirá igual: esto es, manteniéndose al margen de cualquier acción que requiera más actividad neuronal que hormonal. Primero supimos que la Academia Sueca que concede anualmente los premios Nobel había decidido otorgar el galardón más codiciado por los literatos de todo el mundo que ya peinan canas a un artista que, efectivamente, peina canas desde hace bastante tiempo pero cuyas novedades esperamos ver en las listas de lo que más suena en la radio y no en las mesas de las librerías. Bob Dylan, quizás el músico vivo más influyente y respetado de la música popular, era considerado merecedor de tan elevada mención por encima de eternos candidatos como Philip Roth, Don DeLillo o Haruki Murakami "por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción". Este suceso generó un debate sano, aunque quizá improductivo, a propósito de qué es la literatura, y de si las letras de las canciones lo son (porque, no nos engañemos, aunque Dylan ha escrito y publicado poesía se le premia por su ingente producción como cantautor folk); pero no tardaron en surgir las voces que se limitaron a atacar al premiado (como si la cosa fuera con él) o a afirmar que la decisión echaba por tierra el prestigio del galardón. Mientras tanto, al parecer, Dylan ni contesta a las llamadas con prefijo de Suecia.

Como ven, y pese a que muchos crean lo contrario, el mundo de las letras puede ser tan miserable como cualquier otro. Y para demostrarlo no voy a recurrir al enfrentamiento dialéctico entre dos académicos de nuestra lengua, Arturo Pérez-Reverte y Francisco Rico, que hemos podido leer estos días en los periódicos. Prefiero correr un tupido velo sobre la cuestión y recomendarles La comedia literaria, una novela gráfica de Catherine Meurisse, autora francesa nacida en 1980 y colaboradora de la tristemente célebre revista Charlie Hebdo. Con la ironía que caracteriza a esta publicación, Meurisse repasa la historia de las letras galas desde la Edad Media hasta el siglo XX: desde los cantares de gesta hasta las peripecias de Proust y los cenáculos intelectuales que frecuentaban Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, pasando por Rabelais, los ensayos de Montaigne, las fábulas de La Fontaine, los autores de la Enciclopedia y los grandes novelistas del XIX como Balzac y Flaubert. Esto, por citar solo algunos de los muchos ilustres protagonistas de un cómic divertidísimo y, no a pesar sino precisamente por ello, muy educativo.

Pero dejemos la Francia de antaño y volvamos a la España actual y a los premios literarios: apenas dos días después del "affaire Dylan", y cuando las aguas todavía estaban lejos de volver a su cauce, Dolores Redondo gana el premio Planeta. La noticia no tiene el alcance internacional del Nobel, desde luego, pero en los foros de Internet no tarda en saltar la liebre de todos los años: que este premio no es más que un contrato editorial disfrazado de certamen literario por aquello de dotar de un (cada vez más, supuesto) prestigio a la novela ganadora, con el consiguiente incremento de las ventas de ejemplares. Una información esta, por cierto, al alcance de cualquiera que quiera ver y oír, y que además es extensible a otros muchos concursos literarios... si bien en este caso es particularmente sangrante por la altísima dotación económica (601.000 euros del ala) y el alcance mediático con el que cuenta cualquier producto del grupo Planeta. Pero al margen de esto, pronto surge una nueva polémica: los aficionados a la novela negra más puristas critican, más que a la propia escritora, a aquellos periodistas que tildan de tal a la obra de la autora de la célebre "Trilogía de Baztán", editada por Destino... sello que, qué curioso, desde hace unos años pertenece también al emporio Planeta. Por supuesto, no tardan en alzarse otras voces que consideran que se ataca a la premiada por, no sé si se habrán percatado, ser mujer. Y aunque en este caso creo que es sacar las cosas de madre -muchas han sido las autoras ganadoras del Planeta, y hasta ahora nadie se había quejado-, son tantos los ninguneos a los que se somete a las escritoras en el mundillo literario que no me extraña nada -lo raro sería lo contrario- que muchos estén a la defensiva.

Por mi parte, de momento no tengo mucho interés en leer Todo esto te daré, que así se llama la nueva novela de Redondo; y les aseguro que no es porque esté escrito por una mujer. Más bien se debe a que, al contrario de lo que sucede con la gran mayoría de futuros lectores (quizá sería más preciso hablar de compradores, pero no me pondré tiquismiquis), el Planeta no es una garantía de calidad literaria, sino más bien de todo lo contrario (al menos, dentro de las coordenadas de lo que yo entiendo por calidad literaria, que esa es otra). Y si quieren pruebas de lo que digo, se las doy ipso facto... La primera, que el último Planeta que leí, uno de los pocos en realidad, fue el de 1993: Lituma en los Andes de Mario Vargas Llosa. Desde entonces y hasta ahora lo han ganado trece hombres y nueve mujeres (no es mala proporción), y no me ha apetecido leer ninguno de ellos pese a que algunos contaban con firmas de renombre (Cela, Mendoza o Bryce Echenique, por ejemplo). Y la segunda: ahora mismo ando leyendo, con suma delectación, una novela que también ha recibido un premio literario y que también está escrita por una mujer. Me refiero a Ojos ciegos, con la que la zaragozana Virginia Aguilera, nacida en el mismo año que Meurisse, se ha alzado con el XIX Premio Francisco García Pavón de Narrativa Policíaca... Un premio este del que no se habla tanto como del Planeta pero que a mí me resulta de mucha mayor confianza; y que, además, utiliza la etiqueta de "narrativa policíaca", más amplia y por tanto más precisa, a la hora de referirse a este relato de investigación protagonizado por un juez casi ciego y su joven secretaria y ambientado en la España de finales del siglo XIX. La obra, escrita con una prosa, para entendernos, a la antigua usanza y acorde con la época en la que sucede la acción, evoca inevitablemente a la pareja de investigadores por antonomasia de la novela detectivesca: los Holmes y Watson creados por Arthur Conan Doyle; pero recuerda sobre todo a un par de los descendientes más ilustres de aquellos: Guillermo de Baskerville y Adso de Melk, los protagonistas de El nombre de la rosa de Umberto Eco. No son malas referencias, desde luego, y si las ciento cincuenta páginas que me quedan por leer están a la altura de las cien primeras que ya he leído, esta será una de mis novelas favoritas del año. Y lo será de las suyas, si le dan una oportunidad aunque no haya ganado el Planeta.

También ando leyendo estos días los textos incluidos en la antología She Was so Bad, que mira por dónde están escritos por veintidós mujeres y seleccionados por otra más, la editora Adriana Bañares. Se trata de un volumen harto curioso (para empezar, tiene forma de cuadrado como la funda de un single, y toma su nombre precisamente de uno de un grupo de los años 60, los Blue Embers), y cuya propuesta pretende, además de demostrar que también hay escritoras que cultivan la narrativa más bruta y radical, de reminiscencias pulp, dar visibilidad a más de una veintena de autoras que no siempre tienen fácil el acceso al mercado editorial y que en muchas ocasiones habían utilizado Internet como el método para llegar a sus lectores. Ahora ya están en las librerías junto al García Pavón y, pronto, el Planeta. Yo, de ustedes, estaría atento y no me limitaría a leer lo que lee todo el mundo. O lo que compra todo el mundo, porque que lo lean está por demostrarse.

La comedia literaria, Ojos ciegos y She Was so Bad están editados por Impedimenta, Reino de Cordelia y Aloha! respectivamente.

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