Fiestas

¿Esperanza?

La juventud es algo que se cura con la edad. Discúlpenme por no conocer al autor de este pensamiento y permítanme que omita eso de la enfermedad, porque tan divino tesoro no puede ser considerado como una dolencia.
Otro dicho popular –esta vez villenense– es aquel que reza que las Fiestas son para los jóvenes solteros, lo cual resulta algo exagerado pero no deja de tener algo de razón. La juventud es al mismo tiempo motor y apisonadora. La clave está en saber canalizar tanta potencia, tantos caballos de vapor, para que podamos llegar a donde nunca habíamos llegado antes pero minimizando la acción destructiva. A veces da la impresión de que en Villena –hablando de sus fiestas– por donde pasa el aparente progreso no vuelve a crecer la hierba.

Las fiestas son fundamentalmente diversión, encuentros, noches, derroches, reencuentros, música, comida, bebida y excesos concentrados en unos pocos días durante los que todo el mundo se dedica a practicar actividades cívico-religiosas a la salud de todo el listado de verbos de las tres conjugaciones. Sin embargo, las fiestas no sólo son esto, pues conforman un conglomerado de extraordinario bagaje cultural imprescindible para conocer y comprender la historia contemporánea de nuestra ciudad.

Instintivamente me apena –por ejemplo– la falta de decoro que manifiestan en algunos sectores de nuestra juventud hacia los trajes festeros, considerándolos muchas veces como disfraces zarrapastrosos o modificándolos al libre albedrío en aras de la comodidad. Con tanta gente como hay ocupada y preocupada en el esplendor de nuestras ancestrales Fiestas –la fiesta la llaman ahora esos mismos– alguien debería tomarse la molestia de cuidar unos atuendos que por algo muchos eligen para su viaje a la última morada; también, por ejemplo, que haya quien no sienta temblor en el pulso al acometer cambios estructurales y luego se oponga a pequeñas modificaciones que en nada afectarían a la esencia. Me refiero al distinto rasero empleado por los jerarcas para ajusticiar actos como La Romería y La Retreta, así como a la poca disposición para continuar con la tendencia reformista y tomar por los cuernos el toro de la Despedida de La Virgen para solaparla con el Día de la Esclavitud y solucionar dos problemas de un solo plumazo.

Las Fiestas, en plural
No basta con que nos creamos los mejores, es preciso que nuestras fiestas sean capaces de otorgar a la música y al público el papel que a cada uno de ellos les corresponde como piezas vitales y garantes del espectáculo. No es suficiente con que pensemos en lo triste que está el día 5 por la noche desde que no viene La Virgen. Es preciso que aprendamos a debatir sin tomarnos las opiniones como ataques personales y comprender que en cuestiones de las Fiestas tienen que ver todos los villenenses, no solamente los festeros.

Me parece horripilante escuchar a los eruditos hablar de la fiesta como un ente metafísico. “La fiesta”, en singular, no se debería emplear para referirse a la semana ininterrumpida de diversión que disfrutamos una vez al año. Las de Moros y Cristianos son las fiestas, en plural. Y no porque sea algo que se decía desde antiguo, sino porque tienen lugar a lo largo de varios días consecutivos.

Otro ejemplo. El día 5 por la mañana tiene lugar un bello acto denominado La Fiesta del pasodoble. Fiesta en singular porque empieza y termina en un corto espacio de tiempo.

Y si lo que estoy exponiendo es una barbaridad, entonces pido coherencia y que el máximo organismo festero local modifique su nombre –que en tal caso sería erróneo– y pase a llamarse Junta Central de La Fiesta. ¿Qué les parece? Es bonito.

Paco Gracián

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