Espía como puedas
Abandonad toda esperanza, salmo 303º
Nunca he leído a John le Carré porque desconfío de los best sellers, y no es por esnobismo: cuando lo he intentado con alguno la mayoría se me han acabado cayendo de las manos a las pocas páginas de empezar. Y si hay un autor de novelas sobre espionaje -un tema que, en cambio, me apasiona- que ha vendido lo indecible, ese es Le Carré: así lo atestiguan centenares de reediciones en todos los idiomas y formatos conocidos, así como las continuas adaptaciones cinematográficas, de El espía que surgió del frío a El jardinero fiel pasando por La casa Rusia o El sastre de Panamá, y que hasta la fecha han sido mi único contacto con este escritor británico. En cuanto a la reciente El topo, y como ya les adelanté hace unas semanas, tenía todas mis esperanzas puestas en que sería una gran película: una cuestión de confianza ciega en su director y actores. El primero, Tomas Alfredson, demostró su talento narrativo y visual en aquella revisión del mito del vampiro sobre la pérdida de la inocencia que se tituló Déjame entrar (la versión sueca, no la yanqui, aunque esta no estaba nada mal). En cuanto al reparto, se veía venir que estábamos ante uno de esos exclusivamente masculinos en la línea de Grupo salvaje, La Cosa, Reservoir Dogs o Smoking Room: nada menos que Colin Firth, Mark Strong, Toby Jones, Ciarán Hinds, Tom Hardy y el veterano John Hurt secundaban a un Gary Oldman que finalmente ha conseguido con su encarnación de George Smiley que se olviden del trabajo de Alec Guinness aquellos que, al contrario que un servidor, pudieron ver en su día la serie Calderero, sastre, soldado, espía (así se titulan en realidad la novela y el film). La conjunción de talentos ha dado el resultado esperado: uno de los mejores filmes del año, y desde ya uno de los títulos más destacados del cine de espías.
Y al igual que aquella serie de la BBC, tampoco he visto nunca Misión imposible. Por extraño que les parezca a algunos, incluida mi mujer (la cual afirma que tengo recuerdos audiovisuales de antes de ser gestado), no sé nada de aquella mítica serie aparte de que salían Peter Graves y Martin Landau (lo sé por las fotos del Teleprograma de mis abuelos, se lo juro) y de que puedo tararear, como cualquier hijo de vecino, la sintonía de Lalo Schifrin. Para mí, el concepto original es el de la primera película con Tom Cruise, dirigida por un Brian de Palma tan festivalero y pirotécnico como cabía esperar aunque sin caer en los excesos de las secuelas que vendrían después, la última de las cuales anda ahora por los cines. Como El topo, su acción arranca en Budapest, pero ahí acaban todas las similitudes entre ambas: mientras que Le Carré y Alfredson muestran el lado menos atractivo y más rutinario de la figura del espía (sí, hay asesinatos y persecuciones, pero muchas menos que llamadas telefónicas, fotocopias furtivas y reuniones en cafeterías), Cruise (estrella indiscutible y principal impulsor de la franquicia) y el director Brad Bird ofrecen más de dos horas de acción sin freno. Y cuando digo sin freno, es en sentido literal: si en cualquier momento se atreven a salir al baño o incluso a agachar la vista para mirar el reloj se perderán varios millones de dólares volatilizándose en la pantalla. Y conste que no es una crítica negativa. Por cierto: se ha destacado mucho que esta es la primera película con actores de carne y hueso del realizador de Los Increíbles y Ratatouille, pero viendo las inverosímiles acrobacias de Cruise, y que este tiene la misma cara que cuando protagonizó la primera entrega allá por 1996, sospecho que el realizador sigue trabajando en lo mismo de siempre: la animación.
El topo y Misión imposible: Protocolo fantasma se proyectan en cines de toda España.