Esquembre y Cerdán, una relación cervantina
Dicen que el tiempo pone a cada uno en su sitio. En política, además, cuentan mucho los actos. A punto de cumplirse el ecuador de la legislatura, los papeles desempeñados por Francisco Javier Esquembre y Fulgencio Cerdán en el Ayuntamiento de Villena evocan a los dos personajes de la insigne obra literaria de Cervantes.
Mientras la figura espigada y enjuta de Esquembre representaba hace casi dos años al triunfador de rostro amable y conciliador que había obtenido la mayoría absoluta en las últimas elecciones municipales, Cerdán parecía soportar sobre sus anchas espaldas el peor resultado del PSOE a nivel local. Muchos afearon entonces sus primeras reacciones críticas contra el nuevo gobierno Verde, acusándole de estar cegado por el resentimiento.
Sin embargo, las cosas parecen haber cambiado. Visto con perspectiva, Cerdán se mantiene en sus trece, ejerciendo una contundente labor diaria de oposición; el lugar que los villeneros y las villeneras eligieron para él y los suyos a través de las urnas. Mediante la responsabilidad y la coherencia, intenta hacer del sentido común su santo y seña en la gestión municipal.
Con aciertos y errores, con su estilo rudo de hombre sencillo y parco en palabras, el que fuera fiel socio y escudero de gobierno en la etapa anterior, a la sombra del alcalde, se encarga ahora de poner en evidencia con argumentos y propuestas alternativas las incongruencias y los desaciertos de Esquembre, que no son pocos.
A Fulgencio, el hijo del mecánico y la aparadora, hay que reconocerle que, a pesar de haber vuelto a la docencia en el instituto como profesor de matemáticas, siga ligado activamente a la vida política, asumiendo el compromiso con las personas que depositaron su voto y su confianza en él.
Por su parte, Esquembre parece atrapado en el sillón de la primera autoridad que ocupa desde hace ya seis años. Ensimismado en sus preocupaciones, parece cada vez más abstraído, como si hubiera perdido el contacto con la realidad y la gente, abrumado muchas veces por los acontecimientos.
Su respaldo social ha disminuido entre la ciudadanía y la sonrisa que suele dibujar en su rostro le sirve de armadura para protegerse de los sinsabores y afrontar las quejas. Es el precio que se debe pagar por ostentar una mayoría absoluta que lo convierte, para bien o para mal, en el único y máximo responsable del ejercicio del poder.
Al equipo de gobierno Verde, cual rocín flaco, todos son pulgas. Los desencuentros internos, las decisiones equivocadas, la aparente descoordinación y la ineficacia han sido noticia en los medios de comunicación de manera habitual. El médico de familia ilustre, a pesar de poner voluntad, no parece encontrar la cura para los males que aquejan a Villena.
La verborrea florida de Francisco Javier ya no convence tanto. Sus palabras, más propias de agrias reacciones o argumentarios salidos de tono que de opiniones fundamentadas, no gozan de tanta credibilidad y simpatía como antaño.
Tal vez la quimera quijotesca consista en que los Verdes dejen de ver enemigos en todas partes y recuperen la cordura y la sensatez. La utopía es una inspiración necesaria en el desarrollo de la actividad pública, mientras no se transforme en chifladura. ¿Qué sería de Alonso Quijano sin Sancho Panza? Más que antagonistas, son complementarios.