Esta maldita enfermedad llamada el paro
Mi familia es una de las muchas afectadas por esta enfermedad llamada paro. Somos los desahuciados de la sociedad, que tratamos de hacernos invisibles, ante los demás, por vergüenza. Personas de bien a quienes esta crisis nos está machacando implacablemente.
Los síntomas comienzan con desconcierto e inseguridad. Luego dan paso al desánimo y a la tristeza, y por último llega el miedo. Un miedo que no te deja respirar, que te ahoga, te hunde y te lo quita todo, hasta la dignidad, y notas cómo se te va la vida día a día. Personalmente no soy creyente, y me he llegado a ver a mí misma rezando a quién sabe qué porque tenía que agarrarme a lo que fuese para recuperar algo de fuerza que me ayudara a enfrentarme a otro largo día.
Es muy frustrante ver cómo tu familia se va rompiendo, porque esta situación es tan dura que puede con todo, te rompe los esquemas, resquebraja los cimientos y destroza tu vida; y en lo único que piensas es en que llegue la hora de irte a dormir (con somníferos, naturalmente) y soñar que llega el antídoto para la enfermedad (¡un trabajo!).
Esas horas de sueño inducido son las únicas tranquilas que tengo ahora mismo en mi vida, porque el miedo me tiene paralizada y agobiada; porque tengo una familia maravillosa que no se merece seguir pasando esta agonía. No es justo, ni para ellos ni para mí.
Mi estado es muy grave, de UCI, pero no más que el de tantas familias de este bendito país. No queremos ser los parados; no queremos ser un número más en las listas del INEM; ni queremos ayudas sociales del Estado. Queremos algo tan fundamental como un trabajo que nos permita vivir con dignidad, libres, sin miedo, dignos. Queremos volver a sentirnos personas, a recuperar nuestra vida, ahora rota. Queremos recomponernos y seguir adelante, nada más y nada menos. Yo voy a seguir intentándolo.
Pd. Para terminar, gracias, mamá. Si no fuera por ti hoy no tendría ni un techo ni un poco de comida. Gracias, mamá, por tu cariño y tu respeto, y por estar siempre ahí.