Estamos, dicen, en la edad de oro del deporte español
Hemos pasado, dicen, de ser bajitos, con bigote y mala leche a ser unos atletas de la hostia. Ahora ganamos campeonatos de fútbol, somos los mejores en baloncesto, tenemos a un tío formidable en la Fórmula 1, en tenis, a uno de los mejores de toda la historia y a una selección para la copa Davis que no tiene rival. El Barcelona prolonga el fútbol de la selección española o al revés, qué más da, y los aficionados del Madrid están de enhorabuena porque gozan de un equipo potente, vertical, decidido, que avasalla. Si echamos un somero vistazo, vemos que tenemos casi en cualquier deporte que se nos ocurra una selección fantástica llena de mocetones y mocetonas dignas de elogio. Esto es la leche.
Ahora uno puede abrir el periódico deportivo de turno sabiendo que nos van a contar una nueva maravilla. Que una selección o un paisano va cosechando medallitas de oro como el que se bebe un vaso de agua. El tan manido complejo de inferioridad que nos asolaba parece definitivamente orillado.
Felicitémonos.
Pero no sé por qué, no sé si será casualidad o causalidad, que cada vez que le ponen la etiqueta de oro a un periodo de nuestra historia, uno no puede menos que echarse a temblar. Básicamente, porque cuando esto ha sucedido es que hemos tenido una clase política de traca y un desarrollo social penoso. Como si debajo de la alfombra de oro, se ocultaran las inmundicias de un país en franco declive, en claro retroceso.
Me explico. Cuando en nuestro Imperio no se ponía el sol, era la época de oro de nuestras artes. Pero la gente, a pesar de los galeones de oro y plata, pasaba hambre. Era la época de Cervantes, Lope, Calderón, Velázquez, en la que teníamos grandes escritores pero pésimos dirigentes, reyes ladrones y un hambre congénita que no se ha saciado hasta hace muy poco. Época en la que la nobleza no podía trabajar, la iglesia no pagaba impuestos sino que los cobraba, los reyes estaban más tiempo cazando que rigiendo, en la que a pesar de que venían cargamentos de oro y plata a raudales, no se veía el oro en España, sino que se diseminaba por toda Europa. Tanto es así que era más barato y sencillo fabricar un martillo en Nápoles e importarlo que fabricarlo aquí mismo.
Hubo dinero, sí, pero se dilapidó en suntuosos palacios, banquetes y gilipolleces varias. Esas son la Iglesia y la Nobleza españolas. Y el pueblo llano, a lo de siempre. A agachar el lomo, a decir sí a todo y tragar con lo que le echen.
Ahora nos dicen que estamos en la época dorada del deporte, los niños aspiran a ser Nadal, Gasol y Alonso; la gente reclama el balón de oro para Xavi, Iniesta y Casillas. Pero tenemos cinco millones de parados, una banca de ladrones, una clase de empresarios que son la clase de empresarios a los que no les presentaría a mi hija, unos sindicatos de matacagá, la primera universidad española no está ni entre las 250 primeras del mundo, no suena casi nadie en España para el premio Nobel en ciencia, tenemos una población que apenas lee, que se traga lo que le echen en televisión, carecemos de una clase intelectual amplia, sólida, que le cante las cuarenta a los que nos rigen, una generación de políticos patética. No, no veo a gente de altura, de amplitud de miras, de inteligencia y preparación contrastadas. ¿Y así, a dónde vamos? A donde nos digan en Alemania o en Francia
Efectivamente: estamos en la época dorada del deporte, pero en las disciplinas en las que de verdad importa estar a la cabeza, como en grandes empresas, universidades de alto nivel, grandes investigadores a nivel internacional, políticos y estadistas, en economía, en Educación, en tasas de pleno empleo, en derechos individuales, hemos perdido comba, estamos muy lejos de la cabeza. Somos un país del montón que ni pincha ni corta.
Solo una reflexión: hace apenas cien años España aún era algo en el orden internacional. Habíamos perdido la inmensa mayoría de las colonias, pero seguíamos siendo uno de los países más fuertes e influyentes del mundo. A la vuelta de esos cien años, ¿dónde nos encontramos? Ni entre los veinte primeros
pues de este embrollo en el que nos hemos o nos han metido sólo se sale con Educación, Educación y Educación, no dando pataditas a un balón