Testimonios dados en situaciones inestables

Estará usted de acuerdo conmigo en que el cerebro humano es un verdadero misterio

Lo cierto es que, a pesar de tanto adelanto científico, casi no sabemos nada de nuestro cerebro. [Camina de un lado a otro de la habitación de forma casi militar, con la mano derecha rígidamente gesticulante y la izquierda a la espalda, y levantando mucho las punteras de sus botas.]
Estará usted de acuerdo conmigo en que el cerebro humano es un verdadero misterio, una masa tenebrosa cuyos procesos, si lo piensa bien, dan bastante miedo, porque tendemos a creer que están bajo nuestro dominio, cuando en realidad el hecho de creer que están bajo nuestro dominio es una idea que el mismo cerebro produce, lo que nos deja ante el inquietante interrogante de determinar verdaderamente qué o quién está bajo el dominio de qué o quién. [Se detiene con los pies muy juntos y las punteras marcando las diez y diez.] Si se fija, incluso su forma es inquietante, con esa viscosidad que tanto les gusta resaltar con medios digitales a los directores de películas de zombis, y esa forma retorcida que recuerda a un desfiladero meándrico que condujera a las mismísimas puertas del infierno. [Vuelve a caminar por la habitación.] Yo soy, o me considero; o [flexión de los dedos de su mano derecha indicando comillas, en adelante FDLDDSMDIC] ÉL, el cerebro, considera que yo soy una persona normal y responsable y trabajadora. Estos datos son, creo yo, objetivos; bueno, [FDLDDSMDIC] quizá ÉL que cree que son objetivos. [Descansa su mano derecha en la barbilla sin dejar de caminar.] De hecho estoy estudiando neurología clínica, neurocirugía y psicología precisamente para intentar llegar a comprender lo que me ocurre y no puedo controlar. Aunque quizá [FDLDDSMDIC] Él quiere que parezca que yo creo que no puedo controlar. [Se detiene con los pies muy juntos y las punteras marcando las diez y diez.] La cosa es, en esencia, muy simple. Desde que cumplí los dieciocho, siempre que estoy en los preámbulos de una relación sexual empiezo a oír una voz atronadora y apocalíptica en alemán, una voz que va elevando el volumen al mismo tiempo que me acerco al clímax, y que alcanza su apogeo cuando llego al orgasmo. Después, en los segundos siguientes, oigo algo así como una muchedumbre lanzando vítores que se va apagando hasta desaparecer. [Vuelve a caminar por la habitación.] Oía siempre la misma voz, con las mismas palabras, hasta que hace unas semanas cambió la voz y las palabras, aunque no el tono apocalíptico, y me asusté. Me puse a investigar y averigüé que la primera voz era la de Adolf Hitler pronunciando el famoso discurso ante los jóvenes nazis en Núremberg, en 1936. Me quedé estupefacta; o [FDLDDSMDIC] ÉL fingió que me quedaba estupefacta. Por lógica no me fue difícil descubrir, o [FDLDDSMDIC] a ÉL, que la segunda voz era la de Joseph Goebbels declarando la guerra total al mundo en el Palacio de Deportes de Berlín, en 1943. [Se detiene con los pies muy juntos, las punteras marcando las diez y diez, y un halo de desorientación en sus ojos.] Yo creo que Él quiere que yo crea que me está mandando un mensaje, pero quizá no quiere saber que yo sé que Él quiere que yo lo crea, de modo que, o todo esto es algo paradójicamente sin sentido, o quizá signifique que la diferencia con el bono alemán se va a poner por las nubes y todo se va a ir definitivamente a la mierda.

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