Este ordenador acoplado a mi cama capta mis pestañeos y vocaliza mis palabras
Una cámara capta mis pestañeos en código morse, y este ordenador acoplado a mi cama procesa la información y vocaliza mis palabras con esa entonación metálica quizá un poco impersonal. Es un sistema tedioso, que me permite seguir manteniendo el contacto con el mundo, aunque mi deseo es que esta situación acabe. Y esa es la causa por la que su periódico la ha enviado a usted a verme, para que realice una columna sobre mi conmovedor y curioso caso.
Me imagino que le habrán pedido que se centre en los aspectos profundamente humanos del asunto, para que los lectores capten la inmensidad de mi drama y les invada una riada de emociones compasivas y bla, bla, bla, etcétera. Pero veo en su mirada que no es usted como el resto de periodistas que han venido a verme hasta ahora. La mayoría solamente deseaba cubrir (como dicen ustedes) de manera solvente la noticia para quitarse el trabajo del día y poder continuar con su vida. La minoría restante pertenecía a la especie de periodista ambicioso cuyo único objetivo es aprovechar la noticia para hacer méritos en su carrera, encaminada a conseguir un puesto directivo dentro de la empresa. Pero usted, creo que no me equivoco, quiere de verdad saber qué se siente realmente aquí dentro, atado a este cuerpo inmóvil, y por qué he pedido lo que he pedido. [Pausa, en la que parece ensimismarse en un oscuro abismo interior, del que emerge a los pocos segundos pestañeando de nuevo.] Muchas personas que están en una situación parecida a la mía piden desesperadamente que les ayuden a morir, y si ese es su deseo, debería respetarse. Pero el mío no es morir; no al menos si me dejan probar otra alternativa, que quizá conlleva riesgos, es cierto, pero que para mí sería la forma perfecta de escapar de esta prisión que es mi realidad. Lo que yo pido es que me induzcan un coma controlado, suministrándome barbitúricos y ácido lisérgico, pero asegurándose de que mi cerebro mantenga actividad. Ya sabe que he sido atacado por esta petición, llegando en algunos casos a que determinados agentes sociales, curiosamente contrarios a la eutanasia, la solicitaran para mí. Pero es que yo no quiero morir, simplemente quiero soñar todo el tiempo, porque mientras sueño puedo volver a correr, y puedo volver a estar con mis padres, que ya murieron, pero sobre todo puedo volver a abrazar a mi familia, mi mujer y mis dos hijos, que no sobrevivieron al accidente. Puedo volver a besarlos, y verlos reír, y decirles que por fin todo está bien. [Pausa, en la que deja cerrados los ojos y el ordenador calla como un sirviente paciente y respetuoso.] Para negarme mi petición, muchos alegan que el gasto de mantenerme en coma sería enorme, pero la realidad es que seguramente sería muy parecido a mantenerme como estoy; otros mantienen que es una petición profundamente egoísta y evasiva, que expresa una gran irresponsabilidad social, aunque esa misma sociedad curiosamente no te permite morir cuando lo deseas y te obliga a vivir cuando no lo deseas. Pero lo más curioso es que el coma inducido se practica para salvarte la vida. Y eso es lo que yo pido, que me salven lo poco que me queda que puede llamarse vida, y que ya solo se encuentra en algún lugar recóndito del laberinto de mi memoria.