Fama póstuma
¡Cuántas gentes a las que habríamos de estar agradecidos se nos pierden en el olvido!
Durante su infancia John Stuart Mill fue formado exclusivamente por su padre, James Mill, filósofo, economista e historiador. En la anotación de su Diario correspondiente al doce de enero de 1854 el hijo rinde homenaje agradecido a su progenitor, inventariando logros meritorios pero constatando al tiempo, con cierto lamento, la inconsistencia de la fama, su fugacidad. Así escribe:
Apenas si hay ejemplo más patente de lo poco fiable que es la fama póstuma, que el olvido en que mi padre ha caído entre el mundo en general. ¿Quién tuvo jamás mayor derecho que él para ocupar su lugar entre los grandes nombres de Inglaterra? Trabajó desinteresadamente a lo largo de toda su vida en pro del bien público; mientras vivió, tuvo no poca influencia en la opinión pública; la mayoría de las reformas de las que tanto nos ufanamos pueden serle atribuidas principalmente a él; y en vigor de intelecto y de carácter sobresalió entre los hombres de su generación. Y sin embargo, apenas si habrá una persona que haya llegado a los años de madurez tras dejar él el mundo hace diecisiete años, que sepa algo acerca de él, siquiera por nombre.
El sabor de lo que se considera injusto pesa sobre el hijo agradecido y admirador del padre, constatando lo efímero. ¡Cuántas gentes a las que habríamos de estar agradecidos se nos pierden en el olvido! Seguramente no les movió el afán por la fama para hacer lo que hicieron.
Seguramente hicieron lo que hicieron por pasión y gusto. Pero leyendo a John Stuart Mill sentimos injusta la sin memoria para con tantos. Es por lo que honra a J.S. Mill la honra que hace a su padre apelando a la valía de sus méritos cívicos y a su notable personalidad. Apuntalando por escrito su memoria.