Félix, 46 años
Siempre he querido tener una pistola; bueno, un revolver, un Smith & Wesson del calibre 38 de esos pequeño, como los que llevaban los inspectores de policía de las películas americanas de los setenta. No sé por qué este deseo es tan insistente & paradigmático, porque lo cierto es que soy un ferviente pacifista, un convencido de que la violencia no conduce a nada bueno.
Pero el deseo está anclado dentro de mí, latente como un virus, desde niño. Veía las películas & deseaba tener en mis manos aquella estructura plateada, sentir el frío de sus angulosas & pulidas formas traspasándome por el cuerpo. La deseaba como quien desea algo que simboliza la unión o coherencia de la vida proyectada hacia el futuro, la consistencia necesaria para que el futuro no solo sea un inabarcable número de posibilidades existenciales sin jerarquía ni animus. De modo que hace unos días me propuse inaplazablemente conseguir un revolver de esos. Me introduje en un barrio peligroso de la ciudad con la intención de encontrar a alguien que me proporcionara el arma o la información necesaria para hacerme con ella. Además, lo hice de noche, pensando que reforzaría mi anonimato. Pronto me encontré con un grupo de jóvenes de poderosos & desconcertantes rasgos étnicos que estaban sentados en un portal de una casa en ruinas. Portando mis más educadas formas como carta de presentación, me acerqué a ellos & les hice la pregunta. Se me quedaron mirando como quien mira a un representante diplomático de un minúsculo & prescindible país de otro continente, & tras un tenso silencio (mantenido quizá solo para tener tiempo de realizar algún tipo de cálculo que les sirviera para evaluar la naturaleza de mi petición), uno, el que parecía El Jefe, una mezcla entre gitano, magrebí & asiático, me replicó que para qué quería la pipa. Le contesté que era un deseo intenso que me acompañaba desde la infancia, & que había llegado el momento de cumplirlo o lo arrastraría el resto de mi vida como un fantasma impertinente. El Jefe detuvo su penetrante mirada sobre mí, como si hubiera encontrado el blanco que llevaba tiempo esperando, & me dijo que me protegiese de adoptar un estilo de vida que tendiera a aliviar mis peligrosos sentimientos infantiles de inferioridad, pues una persona puede aferrarse a fantasías vanidosas para falsificar una realidad desalentadora. Le contesté que era cierto que nunca había sido bueno en los deportes ni con las chicas, llevado por un complejo poco original causado por el tamaño de mi pene & por ser tartamudo & el último de cinco hermanos, pero que me sentía razonablemente equilibrado. Me preguntó si tenía sueños en los que me veía entrando en mi antiguo instituto & disparando a todo el mundo, & como un fogonazo entreví la mano de un familiar de segunda línea vestido con sotana metiendo su mano en mi bragueta & diciendo Chiquitita, Chiquitita. Se me escapó una lágrima. El Jefe me miró con paciente paternalismo, & enseñándome su enorme órgano sexual me dijo Ya Puedes Despertar: Has Comprendido Que Aunque Consigas La Smith & Wesson Siempre Serás Un Pobre Niño Blanco Con Una Pistola Pequeña, & sonó el despertador.