Fiestas

Festeras siempre fuimos

Todavía hoy, 25 años después, sigue llamando mi atención la naturalidad con la que mi hija vive la llegada de septiembre, su participación en la comparsa de Piratas, su decisión personal de salir o no salir, de participar en tal o cual acto, en definitiva, la libertad con la que vive sus derechos como festera en los días grandes de nuestra ciudad.
Sí, todavía 25 fiestas después, el recuerdo de lo vivido aquellos años en los cuales, cumplidos los 13 años, nos apeaban de las carrozas para sentarnos en las sillas como meras espectadoras tan solo por ser mujeres, quedó grabado en mí con tal fuerza que no puedo evitar pararme a observar cómo mi hija, nuestras hijas, viven hoy los días de fiestas en plenitud y con total participación, reconocimiento y obligación, en definitiva, como una festera que ha decidido pertenecer como socia a una comparsa por nacimiento o elección, que han querido ser cabos o madrinas, que han decidido crear una escuadra especial o simplemente mimetizarse con el ambiente y ser fiesta, y hoy lo pueden hacer sin más.

Para ella, por el contrario, es inconcebible e igualmente incomprensible cuando le cuento cómo otras muchas mujeres nos vimos condenadas a optar por esta posibilidad durante muchos años, unas más que otras, años complicados por otras situaciones sociales y políticas que intentaron convencer a las mujeres de cuál era su lugar, espacio que en fiestas se situaba muy lejano al centro de una calle engalanada donde suena la música y se vive la alegría. Dogma masculino el de aquellos momentos que intentaba ofrecer en compensación ser el apoyo del festero desde la retaguardia, cuidando que todo estuviese a punto para el marido o los hijos, y participar de su brazo en la Ofrenda a la Patrona o bailando junto a ellos en grupos alegóricos como única posibilidad de participación pública en los desfiles festeros, prohibición que relegaba el protagonismo femenino a los cargos de madrinas y regidoras.

Excluidas de la Fiesta
Todavía hoy, 25 años después, no puedo dejar de pensar en todas aquellas mujeres para las que el tiempo jugó en contra y no pudieron llegar a formar parte de ninguna de nuestras comparsas, en aquellas que por razones de edad, de costumbre o timidez que influyó en su decisión, son festeras entre el público que aplaude, en sus casas como perfectas anfitrionas de los invitados y familiares, orgullosas madres, esposas, abuelas, que se emocionan con el desfilar de los suyos y no se decidieron a poner sus pies en la calzada para desfilar en sus comparsas. Pero yo, a pesar de haber sido una de tantas niñas apeada de la carroza tocando la pubertad, me siento una privilegiada al haber podido vivir en primera persona y con una edad en la cual ya se almacenan recuerdos y sensaciones, aquellas fiestas de 1988, que fueron las fiestas de las mujeres, las fiestas que por fin ponían en armonía el deseo y la realidad, las fiestas que sacaron a la calle la justicia y la igualdad.

Imposible olvidar mi primera entrada como socia. Por fin tuvimos nuestros carnés de socias, nuestro número de festera, nuestro traje oficial para lucir nuestros colores propios, las faldas o pantalones que nos identifican, los chalecos o las mantas, las fajas o los gorros femeninos hechos por y para nosotras, moras o cristianas, por fin pudimos abandonar en el baúl de los recuerdos los masculinos trajes que teníamos que vestir para intentar de ese modo ser parte de una manifestación popular de alegría que nos era negada por nuestra condición de mujer.

Llegamos para quedarnos
Por fin y gracias a la lucha de un grupo de valientes mujeres los estatutos de la Junta Central de Fiestas eliminaron la frase “varón de buenas costumbres” para abrirse a la diversidad de género. Y ahora, 25 años después, ya hemos visto a mujeres presidir las comparsas, ser cabos que han creado estilo propio y que acumulan tantos premios como sus homólogos masculinos, ser mayoría en algunas comparsas que han podido crecer y sobrevivir gracias a la participación femenina. Llegamos para quedarnos donde nunca debimos haber sido apeadas, y así lo hemos venido mostrando y demostrando, desde aquella cercana lejanía de las 25 fiestas trascurridas, lo mucho que teníamos que aportar, lo mucho que decir, lo mucho que luchar para seguir haciendo historia de nuestras fiestas, para hacerlas más grandes, para que ahora, nuestras hijas y nosotras mismas, seamos orgullosas socias de las comparsas, porque festeras siempre fuimos.

Isabel Micó Forte
Concejala de Fiestas

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