Estación de Cercanías

Fronteras

Siempre me ha resultado interesante y curioso el concepto de frontera y esas delimitaciones gráficas que a modo de líneas mal trazadas en un mapa entran y salen en los territorios para separar y establecer los límites geográficos entre pueblos, provincias o países; lindes invisibles a nuestros ojos pero que sin embargo, al rebasarlo, te plantan sobre un trozo de la misma tierra común a todos, pero con distintos idiomas, diferentes costumbres y rasgos físicos, adaptados a un lugar en el que cambia radicalmente el paisaje, la cultura, la gastronomía y hasta el carácter a sus gentes.
Confines que han sido y siguen siendo en la actualidad motivo de guerras y de muertes para los que quieren llegar a alcanzar una tierra de esperanzas por mar o para los que sin territorio en el que asentar su raza luchan todavía por conquistarlo. Les diré que, hasta la semana pasada, para mí el hecho de traspasar una frontera y entrar en otro país me parecía algo muy serio y perfectamente regulado, aduanas, policía, controles en aeropuertos, pasaportes, DNI en regla… en fin, todo un protocolo, ahora reducido por la nueva Europa sin fronteras, que comprendo perfectamente y que reclamo se cumpla con absoluta pulcritud, por lo serio que resulta el poder acceder a un país diferente con otras leyes que lo regulan. Hablo de esto con la idea puesta en aquellos que, huyendo de deudas con la justicia, pertenencia a bandas terroristas o contrabandistas de nuestros días, al ser obligados a pasar este tipo de controles, para mayor seguridad de todos, puedan ver en ello un handicap a sus intenciones de fuga; pues bien, todo este obligado y necesario proceder en el que yo confiaba se vino a bajo en días pasados y les voy a contar el porqué.

Durante el puente de la Asunción he estado conociendo Extremadura, interesante comunidad que guarda intactos en muchos de sus pueblos el rancio olor a historia medieval y a conquistas que unen irremediablemente los nombres de hombres y mujeres extremeños con países, mares o ríos de una gran importancia: Perú y Francisco Pizarro, Chile con Inés Suárez, el río Amazonas con Francisco de Orellana o el océano Pacifico con Núñez de Balboa son ejemplos –volvemos al tema– de una época de nuevas conquistas, de aumento de territorios que pasaban a pertenecer a las coronas que hasta allá habían enviado a sus marinos, años que engrandecieron el mapa de España allende los mares, edad en la que se forjaron, en definitiva, nuevas fronteras; y ha sido allí, en esta tierra de conquistadores, en la cual la palabra frontera adquiere un importante significado, donde he podido comprobar la debilidad de este término, pues desde allí entrar en territorio portugués sin ningún tipo de control, ni de protocolo, ni de nada que guarde semejanza con ese preceder, fue tan sencillo como querer hacerlo y saber por dónde.

En apenas 11 Km. de distancia todo cambió: la carretera perdió su arcén, las señales de tráfico se encogieron, las normas y la hora cambiaron y solamente las nuevas tecnologías móviles nos avisaron que recorríamos territorio luso; sin mayor dificultad estábamos en otro país. Nada más, y nada menos. Lo que sentí fue una mezcla de sorpresa por lo inesperado y de miedo por lo sencillo del trámite, que deja abierta la puerta de nuestro país y viceversa a todo aquel que guste, para bien o para mal, con lo terrible de esta circunstancia; pero también les diré, para ser honesta, que por un momento me invadió la alegría porque vi fulminarse radicalmente esos espacios estancos que nos obligan a los humanos a ser de aquí o de allá tan solo por nacimiento.

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