Gregorio, 42 años
¿Quiere entenderlo realmente? ¿Quiere hacer el esfuerzo de comprenderme al cien por cien? Lo que le digo es que yo estaba realmente convencido y deseoso de mantener las formas y de no echarle más leña a la misma historia de los últimos diez años, pero es que las pocas veces que nos reunimos toda la familia (dos o tres al año, y él no siempre acude pues vive en EEUU y constantemente tiene que atender sus múltiples negocios en el paradigmático universo web donde se ha hecho ofensivamente rico), él tuerce la comisura izquierda con sutil, hábil y ensayado desdén mientras hace volar despreocupadamente delante de nuestras narices su magnífico reloj Grande Complication de Blacpain y se esfuerza en parecer (¡cómo odio eso!) una persona natural y accesible. Pero lo más irritante es que nunca habla de su dinero, ¿me entiende?
Mantiene esa cínica actitud de ser el mismo de siempre, resucitando en cada reunión las mismas anécdotas de cuando éramos pequeños como la de cuando le rescaté del tejado de la casa de campo del abuelo y cosas así, siempre con el supuesto objetivo de subrayar su beata admiración por su hermano mayor (yo sé que dice estas cosas para parecer más humano y humilde y evitar hablar de su éxito, pero con la doble intención de quedar moralmente reconocido y por encima de mí). Cuenta cosas así, como si estuviera partiendo su bocadillo de atún para compartirlo conmigo, mientras a la puerta de casa de Mamá dormita su Bentley Continental Flying Spur (mantiene en España una villa provocativamente fastuosa, que solo utiliza un par de semanas al año, de quince habitaciones y surtido garaje). ¿Entiende lo que le digo? Le juro que también esta vez yo estaba decidido a dejarlo pasar de nuevo, a poner cara de hermano mayor agradecido (siempre trae magníficos regalos para todos) y a tragarme la indignación de sentirme tan hipócritamente despreciado (mi mujer me dice que yo estoy paranoico y que mi hermano es una persona encantadora y atenta, y que toda la familia piensa igual que ella, y que debo enterrar para siempre mi rencor y dejar de ser tan absurdamente competitivo, porque él siempre me ha querido con mis defectos y limitaciones, y que nunca le ha interesado entrar en la tópica, estúpida, e infantil lucha entre hermanos por ver quién es mejor que quien, y que sería más feliz y mejor persona si me relajara y disfrutara de la vida), pero ahí estaba cuando he sufrido una parada cardiorrespiratoria y los muebles centenarios del salón de mi madre me han dado tres vueltas y luego han desaparecido. Cuando he recobrado el conocimiento he sentido unos labios en mis labios y una corriente de aire atravesando mi boca. Era mi hermano (cómo no, el único que sabe qué hacer en una situación así), y toda la familia nos rodeaba con franca expectación. ¿Qué hubiera hecho usted? ¿No se habría esforzado en morir como he hecho yo para dejarlo a él como un incompetente? ¡Por favor, déjeme entrar! ¿No habría jugado fuerte la única vez que las cartas le son propicias? ¡Sea misericordioso, no me haga volver!