Hablantes irrepetibles
Somos Castilla. Somos Murcia. Ni siquiera Aragón. Lo proclamó alto y claro desde el ambón del altar mayor de la arciprestal de Santiago el pregonero de la Semana Santa 2018, Juan Carlos García Domene. Ojalá nuestros gobernantes lo tuviesen tan claro como los historiadores, y ojalá se atrevieran a explicarlo así en el desempeño de sus funciones.
Como bien dijo Juan Carlos, Villena está muy bien definida en su marca turística. Es Fortaleza Mediterránea. Es capaz de seguir mirando cara a cara, como lo hicieron nuestros antepasados durante siglos, a todos los reyes y aspirantes que deambularon por su demarcación. No olvidemos que desde la Torre de la Atalaya se divisan los territorios de tres de las actuales comunidades autónomas y cuatro provincias. Es tierra fronteriza. Tierra de paso. De paso para todos. Hasta para las vías del AVE, como con cierta sorna resaltó el pregonero.
De un tiempo a esta parte he regresado al Diccionario Villenero de José María Soler. Aquel inventario enorme de palabras que yo mismo vi crecer en mis visitas a su domicilio. Ficha a ficha. Término a término. Sopear (curiosear), asaura (timorato), desgalichao (mal vestido), a bonico (en voz baja), humaguera (humareda). Hace muchos años tuve mis reparos ante esta lengua paralela. Para alguien dedicado por entero a escribir, se hacía a veces duro desbrozar el grano de la paja, el castellano normativo de los términos 'incorrectos'.
Hasta que superadas las reticencias, comencé a fortalecer mi fe en la lengua como tesoro vivo. En la lengua, pero sobre todo, en el habla. En ese sentido, me parece milagroso que en plena era de la globalización tantos villeneros, incluso los más jóvenes, conserven esta riqueza. De ahí que cada vez que fallece un paisano, además del dolor producido por los afectos, lamente que hemos perdido un hablante. Un hablante irrepetible.