Hablemos de sexo
Abandonad toda esperanza, salmo 71º
La primera sensación que tuve al entrar en la sala donde iba a proyectarse Shortbus es que buena parte del público allí reunido se había equivocado de cine: los escasos espectadores (después llegarían más) rondaban la cincuentena, y eso gracias a una pareja de adolescentes, chico y chica, que rebajaban la media, y que probablemente también se habían equivocado de sala... con la diferencia de que la sorpresa que iban a experimentar podría resultarles más agradable que a los anteriores.
Y es que la película de John Cameron Mitchell incluye escenas de sexo explícito no fingido, la mayoría de carácter homosexual... Lo cual vuelve a abrir la polémica acerca de qué define al cine pornográfico frente al resto, y que ya saltó a la palestra tras los estrenos de Intimidad de Patrice Chéreau o 9 songs de Michael Winterbottom.
¿Estamos ante una película X estrenada en el circuito convencional de exhibición? Dado que no está inmersa en la industria del género, ni su principal razón es la de proporcionar un alivio físico a sus espectadores, deberíamos responder que no: se trata más bien de una versión desenfadada y sin pudor alguno del cine de Woody Allen, un trabajo que podría filmar el genio de Manhattan si fuese gay y tuviera cuarenta años menos. Ahora bien, ¿incluye insertos de escenas pornográficas? Dado que la actividad sexual que se muestra en ellas no es simulada sino real y se reconoce fácilmente como tal, la respuesta solo puede ser positiva.
Mitchell ya sorprendió a propios y extraños con su anterior película, Hedwig and the Angry Inch (gracias, Miguelito, por tan apasionante descubrimiento), un musical protagonizado por el propio realizador, que encarna a una estrella del rock travestida procedente de Berlín. Ahora, con este nuevo derroche de talento, el cineasta fija su atención en la intelectualidad de los ambientes underground de Nueva York.
La película arranca con la presentación de los personajes principales: una pareja de gays que está pasando por una crisis sentimental, una sexóloga a la que acuden los anteriores y que nunca ha experimentado un orgasmo, y una prostituta especializada en la disciplina del sadomasoquismo, son los personajes centrales de este gran fresco eróticoamericano.
La presentación de estos se construye a partir de distintos coitos de la sexóloga con su pareja, en busca del ansiado éxtasis que luego descubriremos no llega nunca, o mediante el intento (¡con éxito!) de uno de los gays de practicarse a sí mismo una felación gracias a una postura de yoga. Llegado este punto, la incomodidad empezaba a respirarse en la sala. Pero cuando se nos presenta las dependencias del particular club cuyo nombre da título a la cinta, y donde asistimos a una orgía entre muchos de sus habituales, hubo deserciones en masa. No sé yo si el programa que hace años dirigió Chicho Ibáñez Serrador y que presentó la doctora Elena Ochoa sirvió de mucho.
Shortbus se proyecta en cines de toda España.