Cartas al Director

Hace calor

En las postreras jornadas de julio, entre idas y venidas a playas abarrotadas, a ciudades convertidas en parques temáticos y a bailes de fiestas patronales, nos informan de que la comisión delegada de asuntos económicos y el ministro de Fomento Íñigo de la Serna (ellos siempre se han llamado "de la lo que sea" para tener hasta el apellido más largo que el resto de los mortales), lanza el rescate de las autopistas que se construyeron por encima de nuestras posibilidades.
Claro está que no todos los medios dan la misma importancia al asunto, pero los que conservan un mínimo de honradez nos recuerdan que se acaba de materializar el anunciado atraco organizado por la banca, las grandes constructoras y el gobierno de Rajoy, en el que pueden llegar a “levantarnos” a todos los que pagamos impuestos hasta 5.000.000.000, repito en letras, cinco mil millones de euros, que irán a parar a las arcas de las empresas privadas que perpetraron esta sinrazón con la colaboración necesaria del amado líder José María Aznar López.

Ninguna de estas sociedades se jugaba nada en el envite. Los bancos, con el dinero de sus clientes y de los préstamos de otros bancos extranjeros a los que les reventaban las puertas blindadas de sus cámaras de seguridad por exceso de billetes, financiaron las operaciones de las constructoras a sabiendas de que si algo salía mal el Estado estaba obligado por ley a apechugar. Seguramente a los técnicos del ministerio correspondiente de aquél gobierno presidido por el sustituto madrileño de Dios que al grito de “Santiago y cierra España” combatió a los moros en la guerra de Irak, no les importó tanto la rigurosidad de los informes como la voluntad del jefe de beneficiar a los que lo sostenían en el cargo.

En el inicio de aquél megalómano proyecto se produjo el primer saqueo en relación con este asunto. El anuncio del lanzamiento de un rescate que nadie ha valorado con certeza y puede llegar a convertirse en un pozo sin fondo, contiene implícitamente el del tercer expolio, puesto que las autopistas seguirán siendo de peaje y finalmente las tendremos que volver a pagar de nuevo. ¿Qué te parece?

Bajo a comprar el pan mientras estas reflexiones aletean en mi cerebro como pájaros asustados por la tormenta y encuentro en mi buzón el recibo de la luz. Los pájaros desaparecen y el vacío que dejan se llena de inmediato con las notas de la banda sonora de Psicosis en la escena de la ducha. Abro el desasosegante sobrecito y ¿qué me encuentro?... La factura de tres dígitos… Y ¿qué más? Una cartita que la acompaña explicándome, con mucha educación, con mucho respeto, el motivo de la sustracción de una cifra de dos dígitos que corresponde a la regularización de los costes de producción bla, bla, bla… que el gobierno aprobó… bla…

No quiero cansaros pero la cosa es que si multiplicamos mis dos humildes dígitos por los millones de usuarios de la compañía, podemos llegar a la conclusión de que se trata de un nuevo robo a mano ensortijada y por el modus operandi, todo hace sospechar que las bandas que han cometido estos delitos tienen mucho que ver con las descritas en párrafos anteriores, aunque la policía no está investigando los hechos ni los fiscales han actuado de oficio.

“Suceden cosas tan extrañas en mi pequeño país, que si en verdad hubiera cristianos, creerían sin duda en la muerte auténtica de Dios”. Así empieza el poema La tumba de Dios de Otto René Castillo, poeta guatemalteco de aquella generación latinoamericana que escribió en los márgenes de la belleza por la urgencia de una revolución que dignificara a los oprimidos. Esa primera estrofa del canto, que recuerdo siempre, me sirve para construir algún pensamiento como este: suceden cosas tan escandalosas en mi asombroso país que, si en verdad hubiera ciudadanos, sus gobernantes estarían preparando las maletas.

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