Cartas al Director

¿Hacia dónde vamos?

Ya lo dijo Unamuno: “Venceréis, pero no convenceréis”. Esta frase, pronunciada en un momento crítico de la historia de España, bien podría extrapolarse a cualesquiera de los partidos políticos que actualmente rigen nuestro devenir y nuestro porvenir. El mundo se desmorona sin que hagamos nada. Mientras, ellos se dedican a lanzarse dardos cargados de odio las más de las veces, de sinrazón las otras. Los países tercermundistas se anegan en charcos de miseria, en lodazales repletos de injusticias. Ellos, mientras, se debaten entre el sol de Oropesa o la escarcha matutina de la sierra de Madrid. Los inmigrantes son abandonados a su suerte en las lindes de la nada; a nado, en barca –pesquera o patera–, de bruces contra el agua helada deben traspasarlas. Ellos, entonces, juegan al pádel, o a la caza en un rancho de Texas, de vueltas al mundo, a la realidad.
Juegan a una especie de esperpento buscado, programado de antemano; se miran en el espejo todas las mañanas, y antes de salir a la palestra retocan los hilos, la maquinaria que nos mueve, para que no quede nada suelto, fuera de ese engranaje tan perfecto. Se siguen lanzando miradas de perdón urdido. Se preguntan al desayunar a quién le toca hoy dar, a quién recibir esas puñaladas en forma de palabras huecas. Les pasan el papel por debajo de la mesa y comprenden su función para ese día. La sociedad los reclama, pide su ayuda y recibe un portazo en las narices. El país se divide, cada uno pide su trocito de pastel: autodeterminación los unos, centralismo los otros. Represión es lo que se ofrece, libertad es lo que se sueña. Bonito concepto éste, si no fuera porque siempre lleva tras de sí, como si del rabo del animal se tratase, el de opresión. No tan bonito éste. No pueden separarse. Uno lleva al otro y viceversa.

Ni unos ni otros, ninguno, ni en el ámbito nacional ni en el local, ninguno cumple con lo prometido. Promesas de aire que se desinflan con el paso de los años. De cuatro en cuatro. Cuatro años perdidos entre insultos, descalificaciones burdas, hueras, que les sirven para mantenernos entretenidos, distantes, indiferentes. Cruel palabra, la indiferencia, para mí el opio de cualquier pueblo -haciendo una lectura libérrima del aforismo de Marx-, la derrota de los rebeldes. Vencidos, sí, pero no convencidos. Así seguiremos.

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