Hasta luego, Manolo Barros
Es difícil escribir cuando las lágrimas caen sobre el teclado. No supe hacerlo cuando faltaron mis padres, pero en esta ocasión, cuando la vida te va curtiendo y el corazón se endurece, o quizás se va acostumbrando a los palos que te da la vida, se tiene más valor que en otras ocasiones.
Recuerdo con alegría aquel día que en los billares de Torró, recién llegado de tu tierra, te acercaste a mi amigo Laguna y a mí para jugar una partida al billar. Ya han pasado la friolera de casi 37 años, y nuestra amistad perduraba. Hoy he visto cómo volvías a tu tierra, esa tierra que nunca olvidaste y que hiciste llegar, como nadie, a todos tus amigos.
Dicen que las despedidas son odiosas, y mucho más en estas circunstancias, cuando sabes que nunca más volveremos a vernos, pero la tristeza que supone ese no volver a vernos se convierte en alegría porque sabemos, que en el cielo, estarás preparando esa mesa de billar, o las 22 cartas del truque, para jugar una partida cuando nos reencontremos.
Manolo, tus blancas patillas, plateadas por los años, quedarán para siempre en nuestro recuerdo. Hoy he visto a gran parte de tus compañeros llorar cuando iniciabas el camino hacia La Línea, dando a entender que por donde pisabas dejabas huella y serás ejemplo para tus sucesores. Pensaremos que has tomado unas largas vacaciones y que dentro de poco tiempo volveremos a vernos, porque nos hace falta tener tu alegría al lado nuestro. Esperaremos a que cuando vuelvas nos cuentes cómo descargan el tabaco en la playa de La Línea, cómo se encuentra tu familia, sí, esa familia que sin conocerla todos conocemos... En fin, que me niego a creer que te has ido para siempre.