Hay que olvidarse de prejuicios y no tener miedo a la cocina japonesa
Hay que tener una mentalidad abierta, ¿me entiendes? [Los dos individuos con aspecto despreocupado rodean el cuerpo tendido sobre el suelo de pavimento de seguridad Altro K30 de la enorme cocina, justo delante de una bancada de trabajo de acero inoxidable con diversos utensilios.] La gente oye hablar de pescado crudo y automáticamente siente rechazo, visualiza imágenes manipuladas por la imaginación.
[Se ponen en cuclillas junto al cuerpo.] Además, estamos hablando de una filosofía gastronómica más que de comer y ya está. Se trata de convertir el acto de comer en una experiencia sensitiva y espiritual, de impulsar la armonía del individuo con la naturaleza utilizando estrictos rituales. [Con unas pinzas coge el cuello tirilla de la chaqueta y lo separa unos centímetros para ver mejor la fina y precisa hendidura de la herida mortal.] Cortar el pescado, por ejemplo, se llama sanmai oroshi y gomai oroshi. Es toda una ceremonia, y necesita una destreza precisa y sistemática. Esta gente no se anda con tonterías. Trabaja con habilidades heredadas de generaciones milenarias. [Recorre con la mirada la postura incongruente del cuerpo, con los brazos en aspa y el rostro petrificado en una expresión de sorpresa.] Los palillos, por ejemplo, son una muestra de su grado de sofisticación y protocolo. En casa, cada uno tiene sus propios palillos, no se comparten. Está prohibido gesticular con ellos en la mano, colocarlos sobre un bol, pinchar alimentos, dejarlos por separado o chuparlos para eliminar restos de comida. [Manipula suavemente con las pinzas el enorme cuchillo ensangrentado que hay a unos treinta centímetros del cuello.] Y el pescado ha de ser fresquísimo. Se compra vivo, y en el mismo mercado te lo desangran y le quitan la cabeza. Hay que elaborarlo y consumirlo en pocas horas. [Se percata de que el cuerpo tiene seccionada completamente la primera falange del dedo índice de la mano izquierda.] El uso magistral del cuchillo vuelve a ser una constante. [Mira alrededor.] En el sashimi, por ejemplo, hay que cortar el pescado crudo en pequeños bocados. Tienen que tener el tamaño exacto para poderlos manipular con los palillos. [Encuentra la falange ensangrentada y la coge con las pinzas.] Y cada comensal tiene su propio bol de salsa de soja y, aparte, un poco de pasta de wasabi, en las que impregnar delicadamente los pedazos de pescado antes de comerlos. [Hace un gesto de desagrado ante el trozo de dedo.] Estas formalidades son absolutamente imprescindibles. No son extravagancias. [Los dos se incorporan, y el otro le ofrece una bolsa de plástico abierta para que deposite el dedo.] Pero no todo es pescado. También tienen la mejor carne de vacuno del mundo: la carne de Kobe, o Kuroge Wagyu (res de piel negra). [Examinan el banco de trabajo manchado de sangre sobre el que hay enormes chuletas de carne.] Son reses a las que tratan como a reyes. Las alimentan con sake, cerveza y frutos secos, y cada día les dan un masaje para que su carne esté más tierna. Incluso las bañan periódicamente en sake. [Con las pinzas manipula con desgana los chuletones como si estuvieran confirmándole algo.] Por todo esto hay que olvidarse de prejuicios y no tener miedo a la cocina japonesa. [Saca una libreta y anota algunas palabras arqueando las cejas.] Salvo que seas un torpe aprendiz y, por una desafortunada carambola, te salte el cuchillo al cuello al cortarte un dedo por error.