Estación de Cercanías

Hay que seguir

Estíbaliz, española, 72 años, Baños de Ebro (Álava). Aelica, brasileña, 25 años, Vigo. K.Z, 26 años, letona, San Miguel (Tenerife), Blanca, ecuatoriana, 38 años, Onteniente (Valencia). Estos son los nombres, edades y procedencia de las cuatro últimas víctimas de la violencia de género. Escribo el martes 19, la semana no ha hecho más que empezar. Otra vez el lazo negro encabezará esta columna, otra vez esta semana está teñida de ese color para las mujeres.
A poco que nos fijemos en los datos arriba descritos, salta a la vista que esta peste no respeta edades o nacionalidades. Que recorre nuestro país de un extremo a otro como una enorme grieta que lo atraviesa y desgarra y que cada día es más profunda, engullendo a su paso a hijos huérfanos que, en algunos casos, son testigos directos del asesinato y deberán luchar de por vida contra sus secuelas. A poco que atendamos a los puntos coincidentes entre unos y otros, el sentido desmedido de la posesión del hombre, que cree seguir manteniendo derechos supremos sobre nosotras, es una de las grandes piedras que arrastramos, una contra la que debemos golpear. Y digo una de ellas porque el rosario de rocas es extenso.

Hablaba la semana pasada de la imperiosa necesidad de concienciación social, de cooperación ciudadana, de ahuyentar el miedo (a pesar del profesor Neira, otra víctima) y de no militar como testigos mudos de los gritos en casa ajena, de las señales inequívocas en el rostro, del llanto y los portazos que acaban en muerte. Porque esta omisión de socorro, esta ausencia del deber de ayuda, ha sido la espada de Damocles que ha caído sobre Aelica, pues todos lo sabían, todos la escuchaban, todos lo sospechaban, pero… La opinión a pie de calle que muestran las cadenas de televisión, las opiniones en foros adjuntos a cada noticia, la sensación que se palpa en el ambiente ante esta sangría, van desde el miedo más consistente ante la facilidad con la que en España se mata a una mujer, a la indignación por la pasividad del gobierno y su desaparecida Ministra de Igualdad, que seguirá de vacaciones, aunque si lo que tiene que decir es parecido a sus declaraciones de la pasada semana indicando que el verano es una época de alto riesgo, mejor que siga como está, porque lo que realmente resulta de alto riesgo es su ministerio del sí pero no, de la transversalidad y los teléfonos inútiles, de las bibliotecas para mujeres y la ausencia total de soluciones que den la talla contra estos asesinos, pues la fragilidad de las leyes que dicen amparar a estas mujeres resulta tan escalofriante como la ratificación de la debilidad de las órdenes de alejamiento y protección, con las cuales la justicia cumple con su cometido y queda exenta de responsabilidad posterior, pero que se han mostrado a todas luces inválidas.

Tomo hoy el ejemplo de K.Z., para la cual una orden de alejamiento en firme sobre su presunto asesino y una de protección reforzada sobre ella no han sido obstáculo para su asesino. Desde un correo de adhesión que agradezco inmensamente, me sugiere su autora que, posiblemente, publicitando a diario los casos de muertes machistas, podamos caer en la cotidianidad, pero yo pienso que en ella ya estamos inmersos, juzguen ustedes los datos: Semana 34 del presente año, 38 víctimas oficiales por violencia machistas, 8 por confirmar, tres en 24 horas… ¿Esto es cotidianidad? Rotundamente sí. Indignantemente sí. ¿Y por ello debemos dejar de denunciar? ¿Debemos dejar de alzar la voz? ¿Debemos dejar de pedir medidas de choque inmediatas y rotundas y cuestionar el inútil sillón de la ministra para evitar la rutina?...

Teléfono de atención a las víctimas de la violencia de género: 016

Mi e-mail: [email protected]

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