Hernández se fue
Ya demasiado tarde vengo a comentar algunas de mis impresiones sobre los trabajos que Rafael Hernández presentó en la Casa de Cultura. Ya no hay oportunidad de visitar la exposición. Para una vida líquida. Pero es que me lleva tiempo reflexionar sobre un trabajo artístico. Y algunos trabajos me llevan más tiempo que otros. Necesito maduración, digestión. Necesito dejar que las imágenes vuelvan a aparecer por sí mismas en el cerebro, necesito tanto volver a verlas frente a frente como volver a verlas en la memoria. Convivir un tiempo con ellas. Ese es al menos mi particular modus operandis.
No vengo ahora, a destiempo, a hacer un análisis de la obra ni del autor. El oficio obliga pero no otorga capacidades. Pero no quisiera dejar pasar esta exposición sin nombrar dos de los trabajos a los que me enfrenté y que continúan acompañándome hasta hoy. Impresiones en la retina. Se trata de Suicidio en azul (2008) y de No puedo pensar tu muerte (2007). Me sorprendieron, como otros que agrupé junto a estos, porque sentí que me arrastraban a una dimensión que desconocía. Al igual que en el título de estos trabajos, donde podíamos leer por ejemplo Sin título o Viejo, sordo, ciego, mudo y poeta, igualmente percibía la existencia en la obra de esa dualidad: algo indefinido junto a algo esbozado, figurado sin demasiada insistencia o fuerza como para ser concreto. Una cierta sustancia narrativas, con una aparente simbología, desmentida y arrastrada por un juego de formas y colores a su vez discrepantes en cuanto a su definición (lineal) e indefinición (curvas, líquidas como el dibujo del mar en la orilla, formas y colores invasores, desbordantes). Me intrigaron porque en parte de su obra siento cierta claridad conceptual, y en otra parte me he sentido más invadido por los elementos pictóricos: formas, color, trazos
Pero en las piezas que menciono
tal vez por el tamaño, tal vez por la fuerza y extensión de los colores, por los elementos figurativos
por la tensión que el lienzo presenta entre los básicos (de fácil lectura) elementos figurativos y las masas de color, encontré el conflicto, el camino, el billete de viaje hacia un destino mental, líquido, espiritual.
En mi absolutamente particular reflexión, en mi cuestionable opinión, los trabajos de Rafa Hernández planean más allá del territorio de la inocencia, de la abstracción, del surrealismo, porque aletean sobre una semi-conciencia de la que el autor consigue zafarse como artesano, como académico, y de la que consigue también desembarazarse como poeta, sin caer en aquella dipsomanía artística. El autor resulta una rara avis que urge tener en cuenta, no descuidar. Porque sus trabajos prometen llevarnos a un mundo al que la vida difícilmente nos deja llegar.