Abandonad toda esperanza

Hotel, dulce hotel

Abandonad toda esperanza, salmo 291º
Lo cantaba Joaquín Sabina ("Hotel, dulce hotel / hogar, triste hogar"), aunque nunca me quedó claro si el hotel y el hogar eran la misma cosa o si estaba comparando dos distintas. Yo apuesto por lo primero, porque el hotel como tal está bien pero como hogar no acaba de funcionar: cada vez que me hospedo en uno, por muy limpio, nuevo y confortable que sea (no diré "muy lujoso" porque esos solo los he visto en Comando actualidad), siento una desazón fruto de una dicotomía que nunca acabo de solventar. Es como si implicarse demasiado con la habitación conllevara un doloroso desarraigo en el momento de abandonar el hotel; en cambio, recordarte continuamente a ti mismo que solo estás de paso trae consigo que nunca acabes por encontrarte cómodo, y cuando por fin te acuestas en pijama tienes la sensación de estar de prestado y de que en cualquier momento entrará el verdadero dueño del dormitorio reclamando lo que es suyo.

Esto viene a cuento porque acaba de estrenarse Somewhere, película con la que Sofia Coppola se llevó el premio gordo del Festival de Venecia, cuando las malas lenguas aseguraron que se debía a que su ex novio Quentin Tarantino estaba en el jurado. Pero qué mala es la envidia, de verdad... En fin: si ser un autor implica repetir una serie de constantes a lo largo de tu obra, la hijísima lo es, y después de meter a Bill Murray y Scarlett Johansson en el Park Hyatt de Tokio hace lo propio con Stephen Dorff y Elle Fanning en el mítico Chateau Marmont de Los Angeles. El primero encarna a un chico malo de Hollywood, un papel que seguro tendrá algo de autobiográfico y que igualmente podrían haber encarnado el Ewan McGregor de hace diez años o el Christian Slater de hace diez minutos; la segunda es su hija, fruto de un matrimonio fracasado y punto de equilibrio de un progenitor demasiado acostumbrado a que se lo den todo en bandeja. Lo mejor de este estupendo film al que se le ha acusado, lo de la envidia que les decía, de repetir la fórmula de Lost in Translation (como si Ford y Hitchcock con sus westerns y sus intrigas no repitieran fórmulas de vez en cuando), es la química existente entre ambos, al fin y al cabo un padre y una hija como cualesquiera: el primero está inmerso en una crisis existencial y por momentos cree que lo está echando a perder todo; la segunda muestra una madurez inusual fruto de la separación de sus padres, pero como toda adolescente vive pegada a su ordenador, come helado a altas horas de la madrugada y lee Crespúsculo.

Viendo las habitaciones y los pasillos del Chateau Marmont en este film me acordé de algunos de mis hoteles predilectos del cine: el elegante de Muerte en Venecia, el pesadillesco de Barton Fink, el cochambroso motel de carretera de Memento o, por supuesto, el inquietante Overlook de El resplandor. Pero sobre todo recordé un estupendo libro de A. M. Homes dedicado a Los Angeles, fruto de una iniciativa de National Geographic en el que varios escritores reputados daban su visión particular de otras tantas ciudades. En el suyo, esta escritora confiesa ser una fanática de los hoteles para acabar concediéndole un buen número de sus páginas a esta mítica residencia californiana. Si tienen ocasión de encontrarlo háganse con él porque vale mucho la pena, y llévenselo en la maleta la próxima vez que se registren en un hotel: así podrán sentarse en el borde de la cama con él en las manos y sacar una foto-homenaje al Hotel Room de Edward Hopper. Mejor eso que hacerse una foto frente al espejo del baño enseñando el culo, como hizo la amiga de Sofia Coppola, la Johansson... porque luego llegan los hackers y todo se sabe.

Somewhere se proyecta en cines de toda España.

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