Hugo, 23 años
No es que lo necesite. Por suerte mi familia dispone de una buena fortuna y me pasa una obscena cantidad de dinero todos los meses. Vivo en una villa de lujo en la zona segura 3 de esta ciudad impura debido a la plaga con otros dos estudiantes que están en la Universidad, ambos de familias intachables y rozando la inmoralidad en cuanto a riqueza.
Yo estoy doctorándome en Medicina Forense, y no porque algún día quiera ejercer de tal o dar clases a una amorfa cantidad de insulsos pos-adolescentes, sino porque realmente siento un enfermizo deseo de saber sobre lo más íntimo de los individuos, sobre sus dramas, tanto físicos como emocionales, para sumergirme en el apasionante juego de reconstruir el pasado humano. Puedo decir que estoy en una situación privilegiada, malgastando mi suerte como si fuera una plusvalía, dedicado exclusivamente a mis pasiones. Por eso debe entender que no lo hago por dinero. Eso sería demasiado obvio, demasiado previsible. Creo que uno debe conducir sus instintos e inclinaciones con el objetivo profundo y trascendente de elevarse por encima de las contingencias mundanas. Uno debe acceder a ese grado ansiado y venerado durante milenios por los místicos en el que el ser humano da completo sentido al término que lo nombra. Quiero decir que el dinero, la posición o la información confidencialmente valiosa solo son excusas que se ponen los perdedores para evitar sus responsabilidades. Un ser humano que quiera definirse como tal debe sentirse como una compleja maquinaria de precisión, como un sistema universal de leyes perfectamente sincronizadas, como una suma de fuerzas puestas al servicio de un futuro más pleno. Sí, sé por su cara de incredulidad lo que está pensando. Piensa que un delito es un delito, tenga la motivación que tenga y por muy venerable que esta pueda ser. Pero el delito solo es una convención que algunos hombres imponen según su época y sus intereses. Estará de acuerdo conmigo en que eso que llamamos leyes es un asunto de una flexibilidad sospechosa. Además, yo en realidad no creo cometer exactamente un delito, solo ayudo a otros, y además no apostaría mi dinero en contra de que la mayoría de mis clientes pertenecen a oscuros organismos oficiales u organizaciones paralelas al poder, a saber lo que necesitan, por más a que a mí me produzca un inmenso placer participar en el proceso. Yo, sencillamente, no hago preguntas. Me traen los restos a pecaminosas horas de la noche. Los traen en bolsas profilácticas que indican claramente que no pertenecen a grupos desorganizados ni sin recursos. Me los dejan para que los examine. Días más tarde vienen a por ellos, les doy el informe y me pagan en metálico y sin explicaciones. Desaparecen en silencio y con gran profesionalidad. Los imagino devolviendo los restos a húmedos sótanos secretos. Los imagino entregando los informes a canosos individuos elegantemente vestidos. No hago conjeturas; aunque si tuviera que apostar mi dinero lo haría a que las estadísticas pronto se volverán favorables, a que han encontrado nuevas formas de obediencia para los contagiados. Porque la salud no es un derecho, es solo una variable más. ¿Entiende lo que quiero decir?