Identidad
Desde hace veinticinco años tengo encima del cabecero de mi cama un cuadro con el cartel que anunció aquella exposición auspiciada por la CAM con el título Gótico y Renacimiento en las tierras alicantinas. En donde se ve en primer plano una de los columnas helicoidales de nuestra iglesia de Santiago. No es casualidad que esa lámina esté ahí y que no la haya quitado en tanto tiempo, en ese periodo biográfico tan cambiante que sucede entre los 30 y los 55 años.
En cierto modo, esa columna que se retuerce me atornilla a mi tierra. Cada año un poco más. Observando, y esto es lo curioso, que cada vez opongo menor resistencia. Porque al principio, es ley de vida, la persona tiende a volar, a conquistar. Vivir es eso. Pero la propia evolución te va llevando al regreso a los orígenes, más tarde o más temprano. Hasta llego a preguntarme qué será de aquellos que han nacido en un bloque impersonal de una ciudad dormitorio cuando se hagan mayores. Qué será de quienes no tengan unas columnas helicoidales que les enraícen a una tierra, a un paisaje, a una historia.
Nací en una tierra de frontera. Por eso no me siento ni de aquí ni de allí. Sólo vecino de los de aquí y de los de allí. Y no un vecino apocado ni antipático. Alguien abierto que practica activamente la vecindad. Durante una década publiqué una columna diaria en La Opinión de Murcia. Una excusa que me permitía visitar la redacción de vez en cuando, para contemporizar, que a fin de cuentas es lo mío. El periódico se encuentra junto al Centro Cultural Puertas de Castilla. Cada vez que lo visitaba pensaba lo mismo. Pero si las verdaderas Puertas de Castilla están en mi pueblo
Cosas de la identidad.