Infeliz coincidencia
Abandonad toda esperanza, salmo 505º
Cuando me enteré de que se preparaba una película titulada Cien años de perdón, me enfadé bastante con mi amigo Claudio Cerdán: ¿habría sido capaz de no haberme mencionado durante alguna de nuestras habituales conversaciones que se iba a llevar al cine una de sus novelas más aplaudidas por crítica y lectores? Después investigué un poco más sobre el proyecto y descubrí que no se trataba de la adaptación de su libro homónimo, sino de un guion original titulado exactamente igual. ¿Podríamos hablar aquí de plagio? Supongo que no, habida cuenta de que se recurre al refranero popular español y a aquella célebre máxima que dice que quien roba a un ladrón... bueno, ya saben. Lo que sí es verdad es que esta coincidencia ha echado por tierra la posibilidad no de llevar la novela de Claudio a la gran pantalla, pero sí al menos la de, dado el caso, llamarla igual. Cuando lo comenté con el escritor, que me manifestó la imposibilidad de hacer nada al respecto, intenté que viera el lado bueno del asunto: quizás algún espectador despistado que disfrutase con la película terminaría comprándose el libro, aunque nada tuviese que ver con aquella más allá de su pertenencia común al género policíaco. Así pues, desde aquí hago un llamamiento a la editorial para que distribuya masivamente la novela a la caza de lectores desprevenidos... a los que, de todas formas, podría compensarles el equívoco si acaban descubriendo a un autor indispensable de la nueva novela negra patria. Ya saben ustedes, y recurro de nuevo al acervo popular, que no hay mal que por bien no venga.
Una vez aclarado esto, hay que señalar que desde el pasado viernes Cien años de perdón ya está en los cines. Al margen de casualidades sorprendentes y polémicas vacuas, se trata de un film más que recomendable que confirma a su director, Daniel Calparsoro, como uno de nuestros más eficientes realizadores dentro de las fronteras del cine de género. Tras unos inicios más personales -su potente debut, Salto al vacío, fue uno de los títulos fundamentales del cine vasco de finales del siglo XX-, vinculados durante cuatro títulos a la actriz y por aquel entonces su pareja Nawja Nimri, Calparsoro terminó demostrando que lo mismo se atrevía con el thriller (Invasor) o el suspense psicológico (Ausentes) que con el cine bélico (Guerreros) o el de acción "a la americana" (Combustión). Ahora nos ofrece una muestra de un subgénero tan agradecido como el cine de atracos, que tiene en Tarde de perros a su referente confeso (el director considera la película de Sidney Lumet como una de sus favoritas) y en Heat otra inspiración, por otro lado inexcusable para cualquier historia de estas características con un mínimo de empaque formal. Para ello, se vale de un guion de Jorge Guerricaechevarría, colaborador habitual de Álex de la Iglesia y responsable de los libretos de los policíacos de Daniel Monzón Celda 211 y El Niño; así como de un compacto reparto que aglutina intérpretes españoles (aquí están los protagonistas de las mejores cintas nacionales de género negro de los últimos años: Luis Tosar, Raúl Arévalo y Jose Coronado) y argentinos (ojo a Rodrigo de la Serna, revelación indiscutible de la cinta), la mayoría de ellos excelentes. Bien es cierto que, como se ha dicho por ahí, la cinta no aporta nada nuevo a la ya larga tradición de películas sobre robos a bancos al margen de su relevancia coyuntural a propósito de la corrupción política; pero intentemos no caer en la tentación de reclamar que cada aportación nacional al género ha de ser una nueva obra maestra del cine, por más que ejemplos recientes como No habrá paz para los malvados o La isla mínima nos hayan malacostumbrado a ello; y disfrutemos con un relato narrado con pulso firme hasta alcanzar una conclusión que, construida como un happy end por el cineasta y sentida como tal por el espectador, dice mucho del signo de los tiempos.
Sigamos con coincidencias, aunque con un caso todavía más sangrante: una semana antes de que se estrenase el film de Calparsoro llegaba a los cines españoles El bosque de los suicidios, discretísimo film de terror que dirige el debutante Jason Zada y protagoniza la actriz Natalie Dormer, al parecer célebre por participar en Juego de tronos, aunque yo la recuerdo más de otra serie, estupenda pero lamentablemente desconocida: The Fades. Me ahorraré el esfuerzo de analizar con detenimiento un producto que no merece mayor atención, y osaré recurrir a las palabras del crítico Roberto Morato, que al comentar en las páginas de la revista Dirigido la conclusión de la cinta afirmaba que cuenta con un susto final "para devolvernos a la aterradora realidad: la de los adolescentes que acudirán el fin de semana del estreno a sacar su entrada para ver El bosque de los suicidios dispuestos a sobresaltarse en sus butacas de un atiborrado centro comercial". Acto seguido añade: "Esa es la única realidad de determinado cine de terror contemporáneo". La mayoría del cine de terror contemporáneo, puntualizo yo, pues ejercicios como Babadook, La visita o la magistral It Follows son, lamentablemente, casos aislados.
Y a estas alturas imagino que se preguntarán ustedes: si es tan mala, ¿para qué perder el tiempo hablando de ella? Pues porque estamos ante otro caso de inspiración milagrosa o plagio encubierto, esta vez el que ha sufrido el guionista de cómics El Torres... y además, por partida doble: desde hace unos años, este malagueño trabaja para la industria del cómic estadounidense, y aunque ha tocado varios palos su trabajo brilla particularmente en el género del terror. Buena prueba de ello son dos títulos en los que colabora con el dibujante Gabriel Hernández, y que tal y como denunciaba el guionista hace unos meses es fácil sospechar que han servido de inspiración a sendas producciones de Hollywood: así, sus obras El bosque de los suicidas y El velo han inspirado -sin pagar ni un dólar, claro- esta El bosque de los suicidios y The Veil, invalidando de paso la explotación de dichos títulos en el mercado anglosajón. Ahora bien: las dos películas -porque aunque todavía no se ha estrenado por estos lares, ya he sufrido la desgracia de ver la otra también- son mediocridades sin ningún interés, mientras que los tebeos de El Torres están a su alcance, inmaculados, en la librería especializada más cercana. Si como le pasa a servidor, gustan de las historias de miedo de atmósfera inquietante y personajes creíbles, y por el contrario odian los sustos fáciles y la manipulación barata del respetable, me agradecerán la recomendación.
Cien años de perdón y El bosque de los suicidios se proyectan en cines de toda España; Cien años de perdón y El bosque de los suicidas están editados por Versátil y Dibbuks respectivamente.