Cultura

Infraestructuras culturales

Hoy comenzaré, antes de que se me olvide o me falte espacio, recordándoles que este mismo viernes, en el Teatro Chapí y a las diez y media de la noche, tenemos la oportunidad de presenciar la actuación musical de nuestro querido Javier Geras con su grupo Sinouj. No vayan a decir luego que no se han enterado. Anotado esto, déjenme compartir algunas ideas poco novedosas acerca de algunas impresiones que el salón de actos de nuestra Casa de Cultura ha dejado en mí tras cierta experiencia cercana que me ha llevado a utilizar tal espacio desde el otro lado: el opuesto al patio de butacas.
De modo que en esta ocasión no voy a reiterarme hablando de los accesos, de los espacios minúsculos y los pasillos sobredimensionados. Voy a centrarme en el Salón de Actos, un lugar que si ya molesta cuando se asiste como espectador o espectadora en múltiples sentidos, resulta irritante cuando se utiliza para preparar cualquier evento. Y sin adentrarme en una aburrida y pormenorizada enumeración de errores y aberraciones estructurales, escribiré que lo que uno desea después de unas largas horas trabajando allí es que una pala escavadora atravesara la pared y barriera escenario y patio de butacas. Perdonen mi atrevimiento, que no es exageración. Que se llevara por delante un escenario demasiado alto, sin apenas fondo, sin altura para que algún foco convencional pueda desarrollarse y hacer su función, con un tablado de madera barnizada que hace rebotar cualquier luz capaz de crear algo de fantasía (sin nombrar el crujido de las escaleras de madera que llevan a los camerinos, ni el montacargas destinado prácticamente a transportar un piano al centro del escenario). Tampoco la barra de iluminación frontal está situada ni en la distancia ni en la altura oportuna para iluminar la escena. Y sin extenderme más, solo les pediré, queridas personas, que intenten recordar cuándo fue la última vez que vieron la mesa de sonido e iluminación dentro de esa protuberancia llamada cabina de proyección. Yo todavía recuerdo mi paso por allí: sentado en un almohadón en el suelo, encorvado, intentando ver o escuchar lo que ocurría en escena para coordinar las luces o el sonido. Un despropósito que no merecemos y que difícilmente podemos solucionar. Pero que creo que debemos de tener en cuenta si llega la ocasión. Porque es un espacio veterano e importante en nuestra vida cultural, que obligatoriamente hemos de modificar, modernizar, hacer practicable y atractivo.

He de manifestar por último mi agradecimiento a todo el personal que trabaja en este emblemático lugar: Juan, Benjamín, Blas, Ana, Pepe. Porque sin ellos sería casi imposible lograr aquello de la magia del teatro (como mucho se alcanzaría “la magia de las conferencias”). Y porque este equipo ha conseguido que nuestra labor allí fuera tan fácil y agradable como cualquiera podría desear. Un valor que desgraciadamente no se encuentra con la frecuencia deseable, pero que hemos recibido, como tantos otros grupos, en Villena.

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