Intentar resistir
Hace unos años pensaba que en la vida aún podía haber algo peor que la muerte de un hijo o de una hija y era ver como se estaba matando poco a poco y no poder hacer nada para evitarlo. Pero ahora estoy convencida de que no es así, y de que en este caso acierta el refranero cuando afirma que mientras hay vida hay esperanza.
El otro día me encontré en la calle con un amigo que ha perdido a su hija recientemente en un trágico suceso. Caminaba como un autómata, las facciones contraídas, los ojos anegados por las lágrimas amenazaban con desbordar a raudales, sus piernas, bien aleccionadas, sabían a dónde se dirigían, pero sus pensamientos es seguro que se encontraban en otro sitio. Quizá en una remota conversación mantenida con su hija cuando era niña, o tal vez en una pequeña discusión surgida entre ambos unos días antes del fatal desenlace, o ¡quien sabe! Quizá se estaba preguntando en qué se ha podido equivocar para que esto sucediera. Y es normal que se encuentre así, ha sufrido en mi opinión la mayor pérdida que puede sufrir un ser humano: la pérdida de un hijo o de una hija. Se ha invertido con ello el orden natural de la vida: que los hijos entierren a sus padres y no al revés.
Y es que hay veces en que la desgracia se ceba en una persona o en una familia, de ello tenemos suficientes pruebas, pero ante una gran adversidad en nuestra vida o ante el terrible trauma que supone la pérdida de un hijo o una hija tenemos que intentar resistir, lo contrario sería hundirse en el abismo de desesperación que provoca el suceso. Y a veces, muchas veces, tenemos que pedir ayuda para superarlo, pero si nos damos tiempo, con frecuencia descubrimos que las personas somos mucho más fuertes de lo que creíamos y conseguimos resistir los envites de la vida, incluso apuntan los nuevos estudios psicológicos (y debe ser cierto) que, a veces, hasta es posible rehacernos y transformar la experiencia en crecimiento. Con el tiempo ¡claro!