Josefa, 61 años
El esquema debía romperse algún día, ¿me entiende? No se trataba de una cuestión de poner las cosas en su sitio o de tener razón o tan solo de librarse de una costumbre poderosamente enraizada. Se trataba de otra cosa, ¿me entiende? Se trataba de rescatar datos insignificantes, resultados ridículos de disputas banales, razones oscuras nunca verbalizadas o cualquier trazo de verdad del pozo en el que la manía las iba acumulando como el inventario fantasma de una vida paralela y secreta.
Porque hace poco mi marido se jubiló anticipadamente, y después de treinta y ocho años de matrimonio la manía tomó completamente nuestras vidas, acaparó hasta el último rincón de nuestro día a día. De modo que todo se precipitó, como era previsible, con uno de los habituales ronroneos que emitía cuando la manía se manifestaba como cifrado signo de que algo no iba bien, una especie de ronquido insistente repetido en grupos de tres, y con varios minutos de distancia entre grupos. Una tosecita aparentemente distraída que le salía mientras estaba haciendo algo aparentemente intrascendente o mirando hacia otro sitio y su cara mantenía una expresión de concentrada profesionalidad, como un absorto relojero aquejado de tuberculosis. Y era inútil preguntarle ¿Todo Va Bien? pues levantaba las pobladas cejas en un arqueo excesivo con admirablemente fingida sorpresa y te contestaba Por Supuesto, ¿Por Qué Tiene Que Ir Algo Mal? dejando caer sobre la palabra Algo una inflexión leve pero inquietante, como un eco en una de esas malas películas de misterio o ese temblor, generalmente solo perceptible por el oído de profetas y curanderos, que otorga a la palabra que lo posee un significado inexplicable y trascendente como el documento legal de un contencioso sobre patentes médicas. Durante años soporté, con la ayuda de mil cosas siempre pendientes de hacer, ese temblor y el pozo profundo supuestamente lleno de cosas no dichas por mortalmente vergonzosas o directamente pecaminosas; incluso me justificaba su manía abogando al hecho de que era de Villena, con las peculiares consecuencias que tal naturaleza conlleva. Pero esta vez no pude soportarlo. Estaba terminando de decir ¿
Ir Algo Mal? cuando le di en la cabeza con la batidora Braun todavía con restos de crema de puerros mientras él buscaba en el segundo cajón de la cocina un corcho viejo para arreglar la cojera del pequeño mueble del recibidor. Tal y como caía le endosé debajo una silla y le rodeé con los cinco metros de cable de una regleta eléctrica. Le ahorraré los pormenores del intenso interrogatorio lleno de crueldad física y psíquica al que lo sometí durante diecisiete horas, pero lo extraordinario es que no confesó nada, murió con la misma expresión de admirablemente fingida sorpresa mientras decía sin fuerzas ¿Por Qué Iba A Ir Algo Mal Josefa? y repetía la tosecita. Fue encomiable el valor y el orgullo que tuvo de no admitir que estaba lleno de reproches, pero a mí no consiguió engañarme. Prefirió ser un cabezota hasta el último momento y morir como un bobo lleno de simples tics físicos que reconocer toda la basura que acumulaba dentro de sí y darme la razón por una vez en su vida. O eso o