Joyas literarias ilustradas
Abandonad toda esperanza, salmo 227º
La nostalgia vende, y las historietas no son una excepción: pregúntenle si no a Francisco Ibáñez, cuyo Mortadelo y Filemón se mantiene imbatible durante años en las listas de los tebeos más vendidos de este país, o a las recuperadas Purita Campos y Esther, o a los herederos de Hergé, Goscinny y Uderzo, que deben seguir forrándose a costa de Tintín y Asterix, series reeditadas sin pausa. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra: yo mismo, en cuanto se anunció que la colección Joyas Literarias Juveniles volvía a estar disponible, no tardé ni un segundo en suscribirme pese a las carencias de muchas de las adaptaciones, las ilustraciones de fondos poco o nada detallados o la rotulación e impresión deficientes. Y lo hice por una razón más allá de la pura nostalgia: en las páginas de esta y otras colecciones similares me encontré por vez primera con Drácula, DArtagnan o la Pimpinela Escarlata, y en segundo término con Julio Verne, Walter Scott, Charles Dickens o Joseph Conrad, por citar algunos. Con estos tebeos aprendí a amar la lectura, y la literatura exenta de ilustraciones vino a remolque más tarde; quizás algún bendito día a mis hijos les pase lo mismo.
Las adaptaciones de obras literarias al cómic nunca han dejado de producirse, si bien ya no están necesariamente orientadas a un lector juvenil en busca de material más accesible que el original, sino a un adulto con la formación adecuada como para valorar y disfrutar con las soluciones narrativas adoptadas, sean literarias o visuales: sin ir más lejos hace poco les recomendaba un par de Pinochos, y ahora hago lo propio con El barón de Ballantrae. Tratándose de una novela de Robert Louis Stevenson no puede echarse en falta el concurso de soldados y piratas, si bien lo que se imprime en la memoria del lector de este relato adaptado primorosamente por Hippolyte es un inequívoco eco shakespeariano: la historia de estos dos hermanos enfrentados por el amor del padre y de la prima, por la herencia y el orgullo, no queda lejos del entramado de ambiciones y rencillas de El rey Lear.
Pero para trabajo exquisito, el que ofrecen los álbumes de la colección El Cuarto Oscuro: después de ofrecernos la versión que de El Horla de Maupassant realizaron Felipe Hernández Cava y Sanyú y el particular vampiro transilvano de Ana Juan, y antes de que llegue un Henry James vía Keko que me tiene con los dientes afilados, le llega el turno a El hombre de arena de E. T. A. Hoffmann, maestro del relato fantástico de aliento romántico. Aunque el guión corre a cargo de Mai Prol, es el siempre fascinante Federico del Barrio el encargado de ilustrar y diseñar esta nueva encarnación del mítico Der Sandmann, una obra que ha influenciado a autores tan dispares como Tim Burton o Neil Gaiman, y que aquí cobra formas y ambientes expresionistas que deben lo mismo a las pinturas de James Ensor que a las viñetas de Alberto Breccia o al cine de Murnau.
Les reto a que lean las primeras páginas de cualquiera de estas dos obras y consigan dejarlas luego.
El barón de Ballantrae y El hombre de arena están editados por Norma y Edicions de Ponent respectivamente.