Esta columna alcanza su entrega número 700 y lo celebro recuperando por fin la suerte de minisección dedicada a comentar adaptaciones de obras literarias al cómic; una serie de textos que solo recordarán los lectores más veteranos y fieles, porque llevaba nada menos que dos años -la decimotercera columna de las dedicadas a tal asunto se publicó el 20 de julio de 2018- sin leer nada semejante (cómo se nota que el verano pasado tuve las oposiciones). Tanto es así que las lecturas se me han acumulado de mala manera y me he visto en la obligación de dividir las recomendaciones pendientes en dos grupos: hoy hablaré de aquellas obras que adaptan novelas de origen extranjero (realizadas todas ellas por autores pertenecientes a la poderosa industria francobelga), dejando así la cosecha nacional para dentro de unas semanas. La cortesía, lo primero.
Empecemos con uno de los grandes nombres de la literatura del siglo pasado, el autor nacido en la Argelia francesa Albert Camus. No es la primera vez que el escritor y guionista de cómics argelino Jacques Ferrandez se acerca a la obra del autor de La peste, pero si es la primera de sus adaptaciones que tengo la ocasión de leer (y espero que no sea la última), porque las que realizó a partir de El huésped y El extranjero y que llegaron a publicarse en España se me pasaron en su día. Los conocedores de la figura de Camus sabrán que El primer hombre es su novela póstuma, pues parte de un manuscrito rescatado del interior de un maletín de cuero hallado a escasos metros del amasijo de metal en que quedó convertido el coche en cuyo interior falleció el escritor tras chocar contra un árbol en la mañana del 4 de enero de 1960. Estamos pues sin ningún género de dudas ante una obra en principio inacabada, pero que al ver la luz por fin en 1994 se leyó con gran interés y muy pronto fue saludada como una de las obras fundamentales de su autor. Esto es así principalmente porque El primer hombre está repleta de elementos autobiográficos, dado que el protagonista, Jacques Cormery, escritor en pos de la figura de un padre al que no recuerda pues murió cuando él apenas tenía un año, es un claro sosias del propio Camus. Y es a esta obra a la que ha elegido acercarse ahora Ferrandez con sumo respeto pero haciéndola suya. Así, la novela gráfica resultante -cuyo estilo, diáfano y luminoso, consigue que al leerla evoquemos el recuerdo de la bande dessinée canónica de autores contemporáneos pero ya clásicos como Hermann, Julliard o Jean Giraud antes de convertirse en Moebius- se lee con gran agrado; y, como su responsable ha dicho en alguna ocasión, se convierte en una estupenda puerta de acceso al universo literario de este autor clave del existencialismo.
Con Mi traidor me sucede lo contrario que con El primer hombre: no tenía noticia alguna del autor de la novela adaptada, Sorj Chalandon, pero sí había leído otros cómics del adaptador, el francés Pierre Alary. Ya les recomendé en su día -precisamente en la sexta entrega de esta serie de columnas sobre adaptaciones- su versión gráfica de la gran novela americana de Melville Moby Dick, y si no lo hice antes les recomiendo ahora su estupenda serie Silas Corey (títulos todos ellos publicados, como el presente, por Dibbuks). Pero si aquellos son cómics realizados al alimón con los guionistas Olivier Jouvray y Fabien Nury respectivamente, Mi traidor se erige como un proyecto enteramente personal de un Alary fascinado por la novela de Chalandon; un relato que, por lo que cuenta el propio novelista en el prólogo a la presente obra, es al igual que el de Camus un episodio autobiográfico por más que se nos cuente velado con nombres falsos y otras licencias narrativas: la amistad que mantuvo cuando era un joven periodista francés de paso por Irlanda con el político del Sinn Féin y miembro del IRA Denis Donaldson, quien acabó sus días asesinado en su propia casa. La obra resultante es una narración melancólica, salpicada por la reproducción de un interrogatorio al que miembros de la banda terrorista someten a Tyrone Meehan (trasunto ficcional de Donaldson), donde quizá se abusa demasiado de la voz interior de su narrador (un recurso muy habitual en las adaptaciones literarias, por otra parte), pero que conmueve por el reflejo de una amistad a prueba de bombas entre un extranjero y un lugareño que traicionó a los suyos al convertirse en un informador del gobierno británico y de la Policía de Irlanda del Norte.
Cambiamos de tercio y nos alejamos de la solemne revisión autobiográfica de Camus y Chalandon para sumergirnos en el universo fantástico del británico Roald Dahl, probablemente el escritor de literatura infantil y juvenil más importante de la segunda mitad del siglo XX. Sería difícil decir que Las brujas, publicada por vez primera en 1983, es su obra más popular cuando otras tan celebradas como Charlie y la fábrica de chocolate o Matilda -trasladadas también al cine, como la que nos ocupa- llevan igualmente su firma estampada en la cubierta. Pero es posible que muchos lectores recuerden especialmente esta historia de un niño huérfano y su particular abuela y de cómo ambos se ven obligados a enfrentarse a un contubernio de mujeres que podrían ser nada menos que temibles brujas de incógnito. De lo que no cabe duda es de que el cómic que ha realizado la parisina Pénélope Bagieu (autora no solo de la exitosa Valerosas sino también de una novela gráfica tan reivindicable como Cadáver exquisito), publicada en España -como el grueso de la obra de Dahl- por Alfaguara, es verdaderamente brillante: se trata de un relato de trescientas páginas que se leen con avidez y sumo deleite, se tenga la edad que se tenga. Porque aunque los lectores más jóvenes disfrutarán mucho con esta obra, quienes peinan canas como servidor admirarán tanto el brillante trabajo gráfico de Bagieu, muy dinámico y sumamente expresivo, como la osadía de Dahl... de quien algunas de sus ideas serían sin duda censuradas hoy por el Movimiento de la Piel Fina que tantos adeptos parece estar captando últimamente para su causa.
El primer hombre, Mi traidor y Las brujas están editados por Alianza, Dibbuks y Alfaguara respectivamente.