Cartas al Director

La caza y los ecologistas

A raíz del revuelo mediático armado hace poco porque un cazador solicitó y le fue negado un perro en el albergue de Villena, se me ocurren algunas consideraciones que desearía manifestar. Todo tiene su cara y su cruz, y algunas actuaciones de los ecologistas, entre los que me cuento, pueden producir, llevadas al extremo, resultados contrarios a los esperados. De forma casi telegráfica expongo lo siguiente:
a) La afición al tiro de pichón mantenía a millones de palomas, buenos palomares y regulares ingresos complementarios a las fincas agrícolas. Hoy no hay más que palomares abandonados, y no es por culpa de las escopetas.

b) El zorro está sentenciado en Inglaterra si persisten las trabas para su caza. El campo ingles es tan bonito porque los propietarios de las fincas lo protegen en su estado natural, ya que perciben buenos ingresos de la caza y no lo roturan para cultivos como en otros países, España entre ellos. Cuando esto ocurra, pobre del zorro que piense comerse una gallina.

c) El toro de lidia desaparecerá como especie en cuanto sigamos el ejemplo catalán (bastante hipócrita, por cierto, pues quiere seguir quemando sus cuernos embolados en los bous al carrer). Esta especie, como las palomas zuritas, es una ruina criarla solo por el valor de su carne.

d) La sociedad de cazadores de Villena, haciendo compatible una vez más la práctica deportiva con la conservacionista, ha retrasado este año la caza de la perdiz en beneficio de la especie. Aunque no pertenezco a ella, me consta que los cazadores son los principales interesados en que las especies no desaparezcan, cosa que ocurrirá seguramente cuando deje de estar regulada esta actividad. También me consta que los cazadores aman y cuidan de sus perros como los no cazadores a los suyos.

Y termino con algo que se debería meditar: lo que dice al principio del prólogo de una enciclopedia de la caza Don Félix Rodríguez de la Fuente, nada sospechoso de no querer a los animales salvajes:

“Cuando un naturalista que dedica la vida al estudio y protección de la naturaleza toma la pluma para prologar una enciclopedia de caza, necesariamente ha de hacerse una pregunta. ¿Es justo que el zoólogo, el proteccionista, el amigo de los animales, abra las páginas de un libro que, de manera tan rigurosa como atractiva, describe las técnicas de la persecución, el acoso y la muerte de las criaturas salvajes? El naturalista, con toda sinceridad no tiene más remedio que responderse a sí mismo afirmativamente: puede y debe introducir al lector en las artes venatorias. Primero, porque él mismo llegó a conocer y a querer a los animales siguiendo las venturosas sendas del cazador. Y, sobre todo, porque la caza, lo que los científicos llaman la predación, ha venido constituyendo el resorte supremo de la vida desde que ésta apareció sobre nuestro planeta. Porque el cazador, si mata siguiendo las rígidas e inmutables leyes que ha impuesto la naturaleza a la gran estirpe de los predatores, regula con su acción, y dirige, al mismo tiempo, el complejísimo concierto de las especies: el equilibrio entre los vivos y los muertos”.

Atentamente,

El Cojense

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