Estación de Cercanías

La certera dirección del golpe

Muchas fueron las imágenes que en la galería de los acontecimientos lamentables y vergonzosos, de los cuales hacemos gala el ser humano, se expusieron la pasada semana. De lunes a domingo, de la noche a la mañana y cual contagio vírico, las muertes de inmigrantes en el mar se sumaron por decenas, sumatorio que incluyó para el horror de muchos a nueve bebés que fueron arrojados al mar por sus propias madres.
Dos mujeres muertas a manos de sus parejas fueron retratos macabros y vergonzosos que otra semana más han llenaron paredes de esta sala, y en apenas cuarenta y ocho horas, ellas y dos niños de cuatro y seis años fueron víctimas de esta locura masculina, machista y deleznable que nos azota; y otras dos jóvenes mujeres, que sin más culpabilidad que la propia inconsciencia de la edad y la confianza ciega que ella aporta, fueron asesinadas en Pamplona y Lloret de Mar, llenando así otro hueco.

Pero las estampas con las cuales me voy a quedar, por tener entre ellas el contraste que siempre deberíamos de buscar antes de emprender batalla, son menos macabras, en su forma que no en su fondo, porque para mí han sido las que mejor retrataron la ceguera de la ira, la incontinencia del odio, la vehemencia de la rabia, la necesidad vital de unas leyes, una justicia y unas sentencias acordes con las necesidades que el hoy de nuestra sociedad exige, así como la coherencia en los actos, la dignidad personal, la claridad de pensamiento y el empleo de la ira positiva que dirigida al punto de gravedad haga tambalear los motivos de la desgracia.

La primera es la escena de dos familias enzarzadas a puñetazos cuando el padre de una niña pretendía recogerla, niña que quedó atrapada en medio de la pelea, sin que ni una parte ni otra respetase su presencia, y a la que tuvieron que rescatar del centro mismo de la lucha para evitar que fuese agredida. La madre se niega a entregarla alegando que la niña no quiere ir, acusa al padre de malos tratos y se esconde con ella. La ley, que no tiene ningún indicio de esta circunstancia, porque no hay denuncia, concluye que el padre tiene derecho a un mes de custodia, y el padre, que si pegó ya no lo recuerda, o que sólo busca la venganza, alega que paga puntualmente su pensión por alimentos y la reclama cual trofeo con la sentencia en la mano; y en medio de esta guerra de adultos, de sentencias alejadas de la realidad y de viscerales reacciones, está la niña, que nada ha hecho pero que, sea del modo que sea, va a pagar la factura de sus padres. Padres que, lejos de detenerse por un momento a observar con claridad hacia dónde deben ir dirigidas sus bofetadas, nos dejan el retrato de tantas y tantas historias escritas con la misma letra, con semejante argumento, con idéntica forma.

Su contraste, la imagen de Juan José Fernández, padre de la malograda Mari Luz, que no es otra que la imagen de un hombre destrozado que, agarrado a la energía que da su desgracia y a la rabia del “se podría haber evitado”, está dirigiendo con calma al pueblo gitano, tan dado a la venganza, y canalizando su potencia allá donde se debe, propinando certeramente su golpe contra las leyes y el catastrófico funcionamiento de nuestro sistema judicial, causante de su desgracia, y logrando, con una lucidez digna de admiración, la unanimidad del parlamento para modificar las leyes contra los pederastas, dando una clase magistral de cordura y acuñando un ejemplo a seguir por todos.

(Votos: 0 Promedio: 0)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba