Cartas al Director

La convulsa realidad educativa

Hoy por hoy, la escuela es un hábitat seguro, o al menos mucho más que otros lugares que suelen frecuentar algunos de nuestros jóvenes

Parece que haya pasado una eternidad desde que, finalizado el estado de alarma, llegara el periodo estival. Por aquellos entonces la inmensa mayoría de equipos directivos y docentes, se encontraban adecuando mobiliario y creando nuevos protocolos de seguridad escolar.

Medidas que cumplieran con las obligaciones y recomendaciones de las autoridades sanitarias y que dieran confianza a una cada vez más perpleja comunidad educativa, pero que fuesen factibles, sensatas y que se pudieran llevar a cabo con un cumplimiento razonable. Todo ello, teniendo en cuenta hacia quienes iban dirigidas esas normas, con esos factores diferenciadores de dificultad añadida. Ya se sabe, diversidad, bisoñez, rebeldía...

Con agendas de reuniones cargadas desde el compromiso y porqué no, desde la ilusión de poder frenar la pandemia desde lo local hacia lo global. Dejando de lado perjuicios para no criminalizar a nadie, con pausas establecidas en la toma de decisiones y desarrollando esa paciencia contenida, de la que muchos hacemos virtud y que nos permite seguir avanzando.

A fecha de hoy y con este curso recién comenzado, avanzamos con el riesgo del confinamiento, mientras no aparezcan esos síntomas disfrazados de espejismos hipocondríacos. Con todo el mundo remando en la misma dirección, apartando problemas pendientes que siguen teniendo incidencia en la educación, pero que ya se resolverán más adelante.

Abordarlos en estos momentos, sería poner palos en las ruedas y ralentizar el avance de lo que es verdaderamente importante. A pesar de esa especie de esa conciencia negativa que la sociedad española tiene sobre la profesión docente, son momentos para sentirse orgulloso de haber escogido una profesión relacionada con la educación.

Seguimos en la brecha, teniendo claro que lo primero es el alumnado y su formación. Pero no única y exclusivamente esa enseñanza académica, no para examinar y poner una calificación numérica. Es ahora más que nunca, cuando la educación necesita de otros factores importantes que faciliten una auténtica educación integral, la que incluye la convivencia en el aula, la de aprender a partir del error, la de a pesar de encontrar la solución seguir buscando alternativas, la de las conversaciones cruzadas y transversales, que transmiten inquietudes, miedos y esperanzas, que nos ayuden a superar esta difícil situación.



En cualquier caso, hoy por hoy, la escuela es un hábitat seguro, o al menos mucho más que otros lugares que suelen frecuentar algunos de nuestros jóvenes. Aunque claro, todo es opinable, criticable y cada persona son sus circunstancias. Pero superar la pandemia en el entorno escolar, no depende exclusivamente ni de las decisiones tomadas, ni de las medidas de seguridad, que también, obedece sobre todo a la actitud que tengamos desde la propia comunidad escolar hacia el cumplimiento de las normas establecidas.

Imposible quitarse la mascarilla, imposible acercarse a menos de 1,5 metros, imposible no echarse el líquido hidroalcohólico, imposible no limpiar en repetidas veces el aula, imposible no dar clase sin la ventilación adecuada… No hay nada imposible, porque lo difícil se sigue intentando. Nadie nos dijo que esto fuera a ser fácil, pero tampoco que fuera inalcanzable. Y si a pesar de todas las interferencias externas y los importantes riesgos de contagio, todo esto se hace bien… ¿Por qué nos tendría que ir mal?...

Por: Toni López. Profesor de secundaria




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Un comentario

  1. ¿Por qué nos tendría que ir mal?
    Partiendo del hecho de no hay nada 100% seguro, ni burbujas ni protocolos.
    Porque aunque intramuros del colegio todo se haga con cuidado, cumpliendo las exigencias, el problema está fuera del colegio. Para que las burbujas fueran realmente efectivas los niños tendrían que ir de casa al colegio y del colegio a casa. Sin actividades fuera del colegio con otros niños, juegos o deportes, ni mucho menos quedar a jugar con otros amigos o ver a primos, abuelos o demás familia por las tardes o el fin de semana.
    Porque no se contagiarán o no contagiarán dentro del colegio pero el riesgo es que ocurra fuera. Y de ahí luego van al colegio.
    La pregunta es si estamos dispuestos a sacrificarnos sin ver durante 10, 14 días o un mes a los amigos o familiares para cortar las cadenas de transmisión.

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