Cartas al Director

La corrupción (Carta al director)

Somos una sociedad corrupta. Lo hemos sido desde hace siglos y lo seguimos siendo. No hemos cambiado tanto desde el Lazarillo de Tormes o las Novelas Ejemplares. Hemos llevado nuestra corrupción a la categoría de género literario, la picaresca, dulcificándola para convivir pacíficamente con ella. No somos ladrones, mentirosos, defraudadores ni aprovechados; somos pícaros.
Quien más quien menos paga lo que puede sin IVA, intenta saltarse las colas, tiene un abuelo que surte de medicamentos a toda la familia, un amigo que le ayuda a él o a sus hijos a encontrar trabajo, hace alguna chapuza mientras cobra el paro o distrae algún ingreso a la insaciable Hacienda Pública.

Nuestros políticos no vienen de Marte; sino que son nuestros vecinos o nuestros compañeros de trabajo o colegio; esos que son pobres de solemnidad para intentar que sus hijos entren en el colegio que les gusta pero los llevan en Mercedes; esos que simulan enfermedades para no ir a trabajar después de un día de juerga o hacen la compra en horas de trabajo; o esos que copiaban en los exámenes. Como nosotros.

No hay más políticos corruptos que ciudadanos corruptos; si pudiésemos cambiar a nuestros representantes de los últimos diez años por gente elegida al azar entre los demás ciudadanos, los niveles de corrupción serían similares. Los niveles de corrupción y el volumen de la misma en España sólo dependen de la oportunidad, y en los últimos años han tenido muchas oportunidades de corromperse y de hacerlo a lo grande.

Evidentemente, la corrupción no es un mal exclusivo de España; la hay en todos los países y en niveles similares. El hecho diferencial, lo que de verdad nos hace especiales, es la impunidad con que nos corrompemos, cuando no con chulería o exhibicionismo. Cuando alguien se jacta en público de haber defraudado al pagar sus impuestos, en lugar de afearle la conducta por robarnos a todos, le pedimos que nos explique cómo lo ha hecho para hacerlo nosotros también.

Por ahí fuera, el mentiroso, el corrupto y el defraudador se convierte en un paria, en una especie de apestado, porque el nivel de autoexigencia en la sociedad es muy alto. Y lo es más aún con los cargos públicos, a los que se les exige un plus de honorabilidad y ejemplaridad, y no se perdona al que se aprovecha de su cargo para robar el dinero de todos. Da igual la cantidad, lo importante es el hecho en sí. Así, un ministro dimite por haber plagiado parte de su tesis doctoral hace veinte años, otro lo hace por hacer creer que la que conducía con exceso de velocidad era su mujer y no él mismo, otro más por haber cargado al erario público unos arreglos en su jardín y otro por tener trabajando en casa a una empleada de hogar de manera irregular. Y dimiten inmediatamente, sin que nadie los fuerce, avergonzados y pidiendo perdón por sus actos.

Aquí formamos una sociedad que no acepta las consecuencias de sus actos, que no pide perdón por sus errores o excesos y que siempre encuentra a quien echar la culpa de todos sus males, eso sí, alguien que no sea “de los nuestros”. Negamos la evidencia, mentimos con descaro, intentamos cargar la culpa a los demás con tal de escurrir el bulto, compramos detectores de radares para poder seguir corriendo por las carreteras sin que nos multen y pirateamos películas, música y libros, y hasta la red wifi del vecino.

Nuestros políticos actúan igual, intentan librarse de las consecuencias de sus actos corruptos a través de una justicia que controlan. Utilizan como única defensa el “y tú más” y no sólo no se apartan avergonzados sino que se vuelven a presentar y los votamos. Que más da que haya cientos de intrusos en ERE´s pagados con fondos europeos para desempleados y que esos intrusos sean de un determinado partido político, que más da que el tesorero de otro partido tenga decenas de millones de euros en Suiza robados a su partido de lo que éste ha recaudado de manera ilegal, que más da que un partido reconozca que ha robado para amueblar sus sedes. Simplemente digo que no lo sabía, que soy el más indignado con lo que ha pasado o que he devuelto lo que he robado y sólo me queda esperar a que un juez me absuelva por no aceptar pruebas y ya está, todo solucionado.

¿Por qué le pedimos a los políticos que actúen de manera distinta a como actuamos los demás si son iguales que nosotros? Porque además de una sociedad corrupta somos una sociedad hipócrita.

Empecemos por nosotros mismos, actuemos con la rectitud que exigimos a los demás, transmitamos esos valores a nuestros hijos y creemos entre todos una sociedad justa, que no tolere la corrupción y empezaremos a tener mejores políticos.

Rafael Merín Peláez
Economista

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