La danza durmiente
Puede que el mundo de la danza no sea uno de los mundos donde discurro con mayor asiduidad, aunque he de reconocer que ciertos espectáculos de este maravilloso arte me han cautivado y han grabado importantes imágenes en mi memoria, imágenes en movimiento que continúan siendo sugerentes hoy día al evocarlas.
La música que en la gran mayoría de los casos acompaña al movimiento es muchas veces suficiente motivo para frenar esta incomprensiblemente desaforada vida y dejarse embelesar sin mayores distracciones. La música y el movimiento de bailarines y bailarinas crean un conjunto de gran potencial abstracto que consigue alcanzar esos lugares donde no acceden las palabras. La apreciación de este verdadero potencial quizás me lleva a sentir cierto rechazo hacia la danza más narrativa, descriptiva, como fue en algunos momentos el caso de La Bella Durmiente que pudimos ver el pasado sábado en el Teatro Chapí. Quizás será esta una de las razones que llevan a catalogar al espectáculo como apto para todos los públicos, lo que quiere decir que se recomienda a niñas y niños. Aunque yo creo que la abstracción en la que nos sumerge la danza es tan enriquecedora como la produce el acercamiento a las matemáticas por ejemplo. No quiero minusvalorar el montaje producido por Teatres de la Generalitat y dirigido por Goyo Montero tan sólo por contener ciertos pasajes excesivamente narrativos, puesto que encontramos también otros en los que la magia de los cuerpos en movimiento realmente alcanzaban sugerentes momentos.
Y aunque nos encontramos con unos primeros actos en los que no pude apreciar personalmente la calidad del trabajo, fue el último acto donde aún sentados en las butacas se podía volar por un universo que aunaba la fantasía con la reflexión. Quizás menos clásicos que los anteriores actos también los elementos escénicos parecían más acordes en esa propuesta que Montero apuntó sobre el entrelazado neoclásico / contemporáneo, mientras que durante el primer desarrollo escenografía y vestuario se hacían demasiado rígidos y ficticios más que poéticos y armoniosos. Destacar por último lo que para mí sería lo peor y lo mejor de lo que presenciamos el sábado: el vestuario del bailarín principal, que apostaba por una modernización a pie de calle, inventando una ruptura poco acertada; y lo mejor: la excelente propuesta del último pasaje, donde las figuras carnales, idealmente acompañadas por la iluminación, con las que se llegaba al momento final del espectáculo, una agudeza que conseguía extraer las figuras del mundo fantástico para situarlas en el plano más humano en el sentido literal y sin embargo poético del término. Un momento donde no acababan las figuras de príncipe y princesa para hacerse personas, un momento donde el abrazo de la pareja se confundía con el abrazo del resto de parejas creando un solo sentido.