La escuela en casa. Un dique en el mar
Las nuevas tecnologías constituyen fenomenales herramientas educativas, pero quedan muy lejos de la formación en clases presenciales
Y de repente… un extraño. Así se titulaba aquella película de principios de los 90, con un argumento muy socorrido. Cuando todo parece funcionar bien, de repente y sin avisar, se suceden una serie de acontecimientos que dan un vuelco inesperado a la situación.
Y de repente… el Covid-19. Una llegada imprevista que ha cambiado conceptos importantes en sectores productivos y sociales a los que ha sumergido en un círculo de inquietud y nerviosismo. Afectando negativamente a una mayoría de comercios, que se han visto obligados a cerrar por la imposición de la cuarentena, una medida que les provocará en un futuro inmediato una desestabilización e importantes pérdidas económicas.
Por otro lado, existe una minoría de servicios esenciales que se han visto desbordados. No han tenido tiempo de adaptarse a esta nueva situación… transportistas, agricultores, ganaderos, industrias alimentarias, fabricantes de equipos de protección para centros sanitarios, supermercados, personal médico, cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, limpieza viaria, etc… que han tenido que amoldarse a un importante incremento de actividad, pocas veces planificado y, en la mayoría de casos, impuesto a golpe de decreto.
La comunidad escolar también se ha visto involucrada, algo que comparado con la emergencia sanitaria podría parecer “peccata minuta”. Un importante trabajo de personas y para personas, que ha tenido que adecuarse sobre la marcha a unas nuevas circunstancias que hasta la fecha le eran inéditas. Variando situaciones, según instrucciones de Ministerios y Consellerías marcadas por la emergencia sanitaria. Un sector que, al igual que otros muchos, está intentado coger el pulso a la evolución de esta enfermedad, dejando de lado la inicial banalidad para tomar verdadera conciencia de su peligrosidad.
Una planificación escolar adaptada sin apenas tiempo y que ha colapsado las plataformas educativas, todo ello aderezado con pizcas de nerviosismo ante lo desconocido, por parte de docentes, familias y alumnado. Un triángulo convulso, que ha buscado empatía entre sus vértices y que a veces, deja de lado ese entorno ideal, para la generación de actividades educativas y que, además viene con la sensación de generar más estrés al que provoca el propio Covid-19. Con un planteamiento inicial que busca implicar a toda la comunidad escolar en un impuesto proceso de formación.
Por un lado, busca la participación de las familias, en unos momentos de inseguridad, con una situación laboral incierta, con la incertidumbre generada por el virus y en ocasiones con teletrabajo, incrementando la sobrecarga laboral y emocional. Con entornos sociales y culturales distintos, dependiendo de multitud de factores, con tareas que generan en los progenitores una extraña inseguridad, en un aula virtual distante y fría, que deja de lado la parte afectiva de la educación.
Con un alumnado que desde el primer día ha tenido la sensación de vivir una aventura. Abandonaron las clases en fechas de exámenes y estando cercanas las vacaciones. En un periodo vital de formación, que ha pasado a ser convulso y lleno de inquietudes, y con un enemigo común, la gran cantidad de tiempo y recursos informáticos para el ocio del que disponen en casa. Una impresión, para chicos y chicas, de estar en una nube de ficción.
Y un profesorado que sigue sin ser valorado adecuadamente por una inmensa mayoría de la sociedad española y que llega a esta nueva situación con una formación en nuevas tecnologías en la mayoría de los casos autodidacta. Superados por una burocracia que obliga a justificar casi todo lo que sucede en el aula. Siendo conscientes de que la educación no es solo mandar tareas y corregirlas. La formación escolar debe ser integral, y por ello se interactúa en el aula, despertando el espíritu crítico y fomentando la curiosidad por aprender. No es una obsesión por los resultados. Las nuevas tecnologías constituyen fenomenales herramientas educativas, pero quedan muy lejos de la formación en clases presenciales.
Ahora la educación, más que nunca, está entre las pareces de casa. Un verdadero reto que la pandemia ha impuesto a las familias, quedando el docente relegado únicamente a estar al otro lado de la pantalla. Las nuevas tecnologías, como una única herramienta formativa, deshumanizan y puede desmotivar al alumnado en su deseo de aprender. Destierra aptitudes y actitudes que los docentes imprimen diariamente en las clases presenciales. Mirar a los ojos, saber que los discentes realmente aprenden, generar reflexiones que les conduzcan a sus propias soluciones, crear esa opinión distante que genera ese espíritu crítico, cada vez más necesario y fundamental en esta sociedad tan cambiante, etc... Y todo eso, tras el abismo de las pantallas y la frialdad de solamente valorar tareas, deja de lado la verdadera función educativa.
Por: Toni López. Profesor de Secundaria.