La estética Haneke
Abandonad toda esperanza, salmo 625º
La crítica cinematográfica, como la de cualquier otro arte, parece que va a rachas; y lo mismo encumbra a un realizador elevándolo al Olimpo de los cineastas que lo hunde en la más profunda de las miserias. Uno de los últimos en sufrir este vaivén ha sido Michael Haneke, saludado a finales del siglo XX como uno de los realizadores europeos más interesantes y consagrado a comienzos del XXI como un genio absoluto del cine de autor... pero del que últimamente parece haberse puesto de moda plantearse si no será un bluff en toda regla solo porque su último film no ha estado a la altura de lo esperado. Baste recordar que el Festival de Cine de Cannes, el más prestigioso del sector, le concedió por La cinta blanca y Amor sendas Palmas de Oro convirtiéndolo así en uno de los poquísimos cineastas en repetir el galardón principal del certamen (solo lo han logrado también Sjöberg, Coppola, Imamura, Kusturica, August, Loach y los hermanos Dardenne); y, en cambio, en su penúltima edición no solo lo ninguneó en su palmarés oficial, sino que auspició titulares de este corte: "Haneke se ríe de sí mismo con un megamix fallido" (Philipp Engel, Fotogramas); "Haneke se empacha de sí mismo" (Nando Salvà, El Periódico); "El peor Haneke se queda sin final feliz: termina el amor entre Cannes y el director" (El Confidencial); "Haneke no convence ni a los hanekianos" (Alejandro G. Calvo, Sensacine)... y otras muchas perlas de semejante calibre.
¿De verdad estaba justificada tanta inquina? Pues será que soy el hanekiano más fanático del culto de los hanekianos, pero a mí Happy End sí me ha convencido. Es verdad que ya no resulta tan sorprendente como lo fueron en su día sus primeros y muy radicales trabajos (quien no haya visto El séptimo continente o 71 fragmentos de una cronología del azar no sabe lo que se pierde); ni tan rompedora como Funny Games o la vilipendiada Caché, dos películas que rompían las fronteras de lo real ingresando en un terreno puramente fantastique. No hablemos ya de Código desconocido y La pianista, quizá los trabajos suyos que más me gustan aunque no tengan una Palma de Oro en su vitrina de menciones. Pero su más reciente película me parece de lo más coherente con su ética y su estética previas, y no solo por el rescate de elementos puntuales de su filmografía anterior -a la postre algo anecdótico-: con ella Haneke vuelve a poner en tela de juicio los valores de la burguesía occidental sin perder un ápice de esa violencia conceptual (aquí más soterrada y menos explícita que en ocasiones anteriores, pero igualmente presente) que le ha convertido en un referente de la poesía de la crueldad a mi parecer muy superior a Lars von Trier, Gaspar Noé o un Yorgos Lanthimos que todavía tiene mucho que demostrar. Y como decía antes, la gélida recepción quizá se explique si tenemos en cuenta las expectativas con las que fue recibida; y es que sigo sin entender cómo es que a alguien se le ocurrió catalogar a Happy End como "la primera comedia" de su director. No sé si fue cosa de la crítica especializada, de la propia distribuidora del film o del mismo Haneke, pero fuese quien fuese no tiene el mismo concepto de comedia que servidor.
Quizá sea un acto de justicia poética que precisamente en un momento en el que se está poniendo en tela de juicio la auténtica valía del realizador austríaco coincidan en las librerías un par de novedades que podrían terminar poniendo las cosas en su sitio. Uno de ellos, Haneke por Haneke, es un libro de entrevistas que todavía no he podido catar... aunque terminará viniéndose para casa sí o sí; como ha ocurrido con Michael Haneke. La estética del dolor, volumen colectivo coordinado por Albert Galera que ando leyendo ahora mismo y que me parece un estupendo y muy útil libro de instrucciones para acompañar el uso y disfrute (lo de disfrute es un decir) de la obra de su protagonista hasta la misma Happy End. Un último apunte al respecto: que se trate de una publicación oficial del Festival de Cine de Terror de Molins de Rei dice mucho tanto de la permeabilidad de las fronteras de dicho género como de las raíces ocultas del cine de este heredero natural (si es de su gusto) o mal imitador (si no lo es) de Ingmar Bergman... Del que, por cierto, les hablaré en breve con motivo de su centenario.
Happy End se proyecta en cines de toda España; Michael Haneke. La estética del dolor está editado por Hermenaute.