La extraña Cabalgata narrada por Julio Tormo (II)
Prefiere comentar de pie que sentado. Echando mano de invitados y amigos
Que a estas alturas de su carrera profesional Julio Tormo tiene más tablas que aquel Corral de la Pacheca está más que demostrado. Tiene flema británica y no se arredra ante ninguna situación. Es fiel a sus principios. Prefiere comentar de pie que sentado. Solo que acompañado. Echando mano de invitados y amigos a discreción.
Pero fue una pena que no aprovechase más tiempo la presencia de su amigo alicantino Juan Carlos Vizcaíno cuando, tras realizar su desfile con la comparsa de Maseros, se desplazó hacia el puesto de comentarista dispuesto a compartir ante los micrófonos una de las mejores experiencias de su vida: la de ser festero en Villena. Y es que la de Vizcaíno está resultando ser una epifanía en toda regla.
Durante los poco más de quince minutos que compartió con Julio Tormo glosó las fiestas de moros y cristianos como quizá ningún foráneo lo haya hecho en mucho tiempo. Puso los puntos sobre las íes. Definió las características diferenciadoras de nuestra idiosincrasia. Definió a las de Villena como las fiestas de la alegría por encima de cualquier otra consideración. Habría sido el cómplice ideal para formar tándem a lo largo del resto de la transmisión. Caso de que ésta hubiese abarcado el desfile completo.
Juan Carlos Vizcaíno y yo, cuando hablamos de nuestras fiestas, estamos de acuerdo en varios clímax importantes, y uno de ellos es el paso de las tres últimas comparsas, Bando Marroquí, Moros Nuevos y Moros Viejos, en la Cabalgata. Cuando bajan en bloques enormes a marcha militar o a pasodoble y presentan una estampa genuina, apoteósica, cromática e imposible de ver en ninguna otra población, todavía más increíble para las retinas si pensamos que se produce alrededor de las tres de la madrugada.
Es una pena que la transmisión de 8 TV Mediterráneo finalizase cuando pasó la comparsa de Piratas, apenas asomaron las primeras Moras Bereberes por la Puerta de Almansa, aunque así estuviese acordado, y a la una de la madrugada hubiese que finalizar la conexión. Lo que restaba era muy jugoso. Insólito en el resto de la geografía festera.
Un final que, por celebrarse a las horas en las que se celebra, queda inédito en las crónicas de los medios de comunicación.
Siempre tiene que haber una primera vez. Julio Tormo, con su estilo personal (impagable estuvo cuando viendo el estilo ‘pirata’ comentó cómo los socios de esta comparsa también ‘desfilaban/participaban’ en esta Cabalgata) por fin la ha vivido en la confluencia de las calles Corredera y Joaquín Mª López. Más vale tarde que nunca. Pero todavía hay mucho que contar. En la próxima entrega reflexionaremos en torno a À Punt. ¿Cómo habría sido su Cabalgata?
Continuará.