La fábrica de sueños infantiles
Abandonad toda esperanza, salmo 523º
Para Julio, que me dejó acompañarle al cine
Aquellos que son padres y cinéfilos sabrán muy bien de lo que les hablo, porque como yo estarán a la caza de esos contados estrenos que permiten llevar a la descendencia al cine sin tener por ello que sufrir el castigo de ver una película carente de todo atractivo (por mi parte ya tengo bastante con renunciar a la versión original y soportar la tortura del doblaje). Así pues, el anuncio del regreso de Steven Spielberg al cine para todos los públicos y de que su más reciente film, Mi amigo el gigante, parecía destinado a convertirse en "el E.T. de las nuevas generaciones", no era sino una gran noticia para los que nos encontramos en semejante tesitura. Bien es verdad que existía cierto temor ante la posibilidad de que el director de Tiburón se hubiese oxidado como autor de películas infantiles: lo más cerca que había estado de su extraterrestre amigo de Elliott fue con el acercamiento a dos personajes tan populares como el Peter Pan de Barrie y el Tintín de Hergé, y al margen de eso parecía más interesado en realizar películas para adultos tan solventes como La lista de Schindler, Salvar al soldado Ryan, Munich, Atrápame si puedes, Lincoln o la reciente El puente de los espías, su inmediatamente anterior -y excepcional- película, y de la que ahora recupera a un espléndido Mark Rylance recreando aquí al enorme ser del título. Pero no teman: la cinta, cuyo título original es el acrónimo The BFG (vaya, otra semejanza con E.T.), funciona a la perfección como película destinada principalmente a los espectadores más jóvenes: doy fe tras mi incursión junto a mi hijo mayor (de llevarme al pequeño se habría suspendido la proyección y yo habría tenido que pagar los desperfectos) en una sala a rebosar de niños acompañados de sus progenitores, que rieron (unos y otros) los momentos más divertidos del film... con especial mención a los apuntes escatológicos, faltaría más.
Pero en esta ocasión, el mérito no es solo de Spielberg: Mi amigo el gigante es una adaptación de un relato de Roald Dahl, escritor que ya ha sido llevado al cine por directores tan variopintos como Nicolas Roeg, Danny DeVito, Tim Burton o Wes Anderson. No obstante, Spielberg sale muy bien parado de cualquier comparación, y no solo por la factura técnica del film (impecable, claro), sino por su logrado reflejo en la gran pantalla de lo que significa la amistad (uno de sus puntos fuertes como cineasta), así como por la lección que da a propósito del relativismo: el que se muestra como un gigante a los ojos de la niña protagonista (y de los espectadores) resulta ser un enclenque para sus semejantes, otros seres mucho más temibles y gigantes que él. A este respecto me permitiré dejar caer que este film podría muy bien utilizarse como herramienta didáctica para reflexionar a propósito del bullying en los centros escolares.
Llegado este punto debe aclararse que estos aciertos tampoco son mérito exclusivo de Dahl y Spielberg: la adaptación del cuento original ha corrido a cargo de Melissa Mathison, la que ya escribiese el libreto de E.T. y fuera esposa de un colaborador del cineasta, el actor Harrison Ford, alias Indiana Jones. Lamentablemente, la guionista falleció en noviembre del año pasado, y a su memoria se le dedica la película en los créditos finales. El otro gran atractivo de este film, este sí un gran acierto exclusivo de Spielberg -que tiene mucho ojo para esto-, es el descubrimiento de la debutante Ruby Barnhill, que a sus doce años resulta un prodigio de expresividad facial (de su dicción, ay, no puedo decir nada: les recuerdo que vi la película doblada). Esperemos que como nuevo hallazgo del director la pequeña obvie las similitudes con E.T. y siga los pasos del Christian Bale de El imperio del sol y no los de esa tremenda díscola prematura que fue Drew Barrymore.
Dicho todo esto, también he de decir que Mi amigo el gigante, aunque perfecta en su propósito, no me parece memorable para un público adulto. Será que me hago viejo. O será que tampoco he sido nunca uno de esos defensores a ultranza de la mítica E.T., que como me ocurre con otra película generacional de su época, Los Goonies, me gustó de crío como a cualquiera pero que revisada de adulto me parece una cinta aceptable y poco más. No obstante, no niego esa parte de mi pasado, y es un placer reencontrarme con él en el material recopilado en el indispensable volumen El arte de John Alvin, que reivindica la producción pictórica del también malogrado John Alvin en palabras de su viuda Andrea y de algunos colaboradores esporádicos, pero sobre todo en la reproducción de las ilustraciones que este artista realizó para el mundo del cine desde que Mel Brooks lo fichara para los carteles de Sillas de montar calientes y El jovencito Frankenstein (¿ven?, este último sí es uno de los títulos míticos de mi educación sentimental). En sus páginas encontrarán los pósters de las citadas E.T. y Los Goonies, así como de otra colaboración fundamental con Spielberg: Parque Jurásico. Pero también los de Blade Runner, Cocoon, Willow, Darkman o los Batman de Burton y Schumacher, por citar solo algunos; y quizá descubran con asombro, como me ocurrió a mí, que Alvin fue el responsable de la concepción visual de las campañas promocionales de Disney que, a partir de La Bella y la Bestia, intentaron acercar sus producciones animadas a un público más adulto. Y vaya si lo lograron. Así pues, quizás el éxito masivo entre distintas generaciones de espectadores de películas más o menos infantiles y juveniles que vinieron después, como algunas producciones de Pixar o esta misma Mi amigo el gigante (de la cual uno de los momentos más icónicos remite al cartel de E.T.), le deba bastante más de lo que muchos pensábamos al bueno de John Alvin.
Mi amigo el gigante se proyecta en cines de toda España; El arte de John Alvin está editado por Planeta Cómic.