Estaba yo cavilando acerca del grado de dificultad que tendría escribir sobre algo de lo que no tuviera ni puñetera idea –cosa que posiblemente haya hecho ya en alguna ocasión sin darme cuenta– cuando he visto, en Facebook, la publicación de Ángel Martin del nuevo tema de Fito Cabrales. La canción viene a decir, básicamente, que lo que no puede ser no puede ser y además es imposible y que cada uno es como es porque si fuera de otra manera sería otra persona y que eso no es ni bueno ni malo; simplemente es así.
Vamos, que en “Cada vez cadáver”, que es como se llama la última canción de este gran músico, Fito nos cuenta y nos canta una forma de verse a uno mismo aceptándose sin fuegos de artificio ni funerales y siendo consciente de que, al final, uno es solo lo que los demás ven de él y no hay que darse demasiada importancia. A partir de ahí, no queda más remedio que seguir adelante echando mano de alguna convicción y un gramito de esperanza. (Al menos eso es lo que yo he entendido, porque ya sabes que los colores y los tamaños de las cosas, nunca son apreciados igual por dos ojos distintos).
Pero, a lo que iba; que estamos tan pendientes del lustre de nuestras botas que nos perdemos lo que hay en la orilla del camino y acabamos tropezando hasta con los obstáculos más insignificantes. Que desde nuestra perspectiva de habitantes de sociedades avanzadas, cortoplacistas y carentes de sentido de lo comunitario, hemos construido un argumentario de la existencia que se basa en pretender que nuestra misma mismidad es extraordinariamente extraordinaria y que estamos rodeados de personas y de cosas que no son más que impedimentos para alcanzar la felicidad que tanto merecemos. (Esto sin pararnos a pensar en qué consiste exactamente ese invento y sin preguntarles a las mujeres y a los hombres del tercer mundo si han visto pasar alguna vez por su pueblo a la felicidad).
Que ya te digo que yo no entiendo mucho de esto que estoy hablando porque no tengo estudios, pero que no te preocupes porque solo lo haré una vez y no voy a ser tan pesado como esos que andan por las televisiones y las radios analizando, a diario, cosas de las que tampoco son expertos y encima cobran por hacerlo.
Yo no sé tú, pero yo tengo la sensación de que circulan por las redes sociales infinidad de mensajes de positividad y de supuesta rebeldía que no son más que vueltas de tuerca a posiciones absolutamente ególatras: “quiérete mucho”, “cuídate a ti mismo”, “piénsate”, “vive a tu aire”, “aléjate de las personas tóxicas”, “no piensen tanto en los demás porque nadie te va a hacer un monumento”… Consejos, todos ellos, basados en la idea de que todo lo exterior puede llegar a ser nocivo o a hacernos daño en cualquier momento y tenemos que protegernos de esa intemperie heladora.
Y claro que existen las amenazas, los fracasos amorosos, los tortazos profesionales, los conflictos familiares, la gente que nos parece pesada o que no nos hace justicia, los antipáticos, los que nos hacen el vacío, la gente que no nos querrá nunca, las batallas que parecen perdidas, las comidas insulsas… y otro montón de cosas de las que ahora mismo no puedo acordarme, que son igualmente desagradables y que forman parte de la vida como las otras, las buenas. Y yo no sé tú, pero yo creo que hay que convivir con ellas y no hacer un drama cada vez que aparecen y meter la cabecita en el caparazón para negarlas o defendernos desde las murallas de nuestro castillo de personitas a las que ninguna cosa debería despertarnos de nuestros sueños de positividad, porque esas cosas testarudas van a seguir estando ahí cuando despertemos.
Cuando yo era joven y estaba mohíno por algún mal de amores o porque no encontraba trabajo, mi tía María me decía: “Hijo mío, pa que una cosa se ponga bien, primero se tié que poner mu mal”. Yo pensaba que, ¡joder!, tampoco hacía falta exagerar y que con que se pusiera un poco mal, ya era suficiente para empezar a ponerse bien. Pero el famoso “dicho” de mi tía María era el propio de unas generaciones que habían sufrido y sudado de lo lindo y que habían aceptado el juego de la vida tal como es y no como nos gustaría que fuera y a las que no las habían timado con “las preferentes” de la felicidad y los sellos del foro filatélico de las frases de autoayuda.
Me atrevo a decir, desde mi más absoluta ignorancia, que a lo mejor no es bueno tanto ensimismamiento y auto dedicación porque posiblemente tampoco tengamos tanto interés (ni para nosotros mismos) y mirar al interior con tanta insistencia puede llevarnos a la melancolía. Y ese mismo arrojo desbocado me lleva a afirmar que cabe la posibilidad de que la única manera de distanciarnos de las personas tóxicas sea alejarnos del mundanal ruido y morar una cueva en la que no haya espejos.
Pero como eso únicamente lo pueden hacer los jipis con dinero y las “personas humanas” tenemos que seguir compartiendo el aire más o menos viciado de la vida, no estaría de más aprender a reírnos en las bodas y a llorar en los entierros sin que ninguna de las dos cosas nos impida regresar a la rutina del huevo frito y la sartén fregada. Una buena terapia del desahogo –de toda la vida– consiste en criticar con todo lujo de detalles y a su espalda (1) a quien no termina de resultarnos agradable. Y otra cosa que cura bastante es mirar afuera con más frecuencia y enrolarnos en una de esas revoluciones que resultan más apasionantes cuanto más imposibles.
1.- Este consejo para una vida buena lo doy siguiendo las enseñanzas del maestro Gran Wyoming, que siempre ha defendido que nunca hay que criticar a nadie a la cara dado que no existe ninguna necesidad de hacer daño cuando lo que se busca es solo el bienestar de uno mismo. ¿Acaso te gustaría que te criticasen a ti a la cara? Pues eso.
Por: Felipe Navarro