La Feria
La brisa fresca del final de fiestas traía con ella la feria y el comienzo de un nuevo curso. En esta época del año mi querida abuela se deja llevar por sus recuerdos y sin apenas darse cuenta va relatando retazos de su niñez que yo escucho con atención porque sus historias también son parte de mi pasado.
Me cuenta mi abuela que era costumbre estrenar un vestido para la feria y que su madre la llevaba a la tienda de Gallardo. Comenta que era un momento fantástico para ella; no tanto para su madre, porque al probarle el calzado siempre descubría que se había quedado pequeño. Un gasto más. Entonces iban a la zapatería de Gasparico para probarse los zapatos del gorila; que más que bonitos eran fuertes y duraban todo el año. Con suerte, se quedaban para el hermano más pequeño.
Otros años, compraban en Casa Cerdán, donde su madre podía pagar poco a poco al cobrador que iba a casa. Las vecinas veían venir al hombre del tarjetón y entraban a sus casas a por el monedero. Era una manera muy curiosa de pagar a plazos las compras que no se podían abonar por completo en el momento. Casi todos los vecinos estaban en la lista del Huevo, nombre por el que todos conocían al dueño. La familia de mi abuela estaba compuesta por los cuatro hermanos, su padre y su madre. Por eso, siempre debía en la tienda del Huevo. El hombre del tarjetón venía a menudo. Y, cuando los nervios por estrenar vestido y zapatos le desbordaban, veía llegar a lo lejos los camiones de la feria. Desde su calle se veía un tramo bastante grande de la carretera.
Los camiones, cargados con los cacharricos de la feria, venían todos a la vez. Era un espectáculo fantástico verlos remolcar aquellos aparatos de colores.
Como si se tratara del presente, mi abuela me sonríe y me dice dulcemente: "Ahora solo falta que monten las atracciones y podremos romper la hucha de cerdo, que ha estado esperando este momento durante un año entero".