La historia se repite
¡Que no, que es mentira, que la historia no se repite! No vuelven los hombres primitivos, los salvajes cavernícolas que formaban parte de un ciclo ecológico y que se alojaban en cuevas que ahora nos revelan sus secretos. No al menos teóricamente. Pero sí, de forma metafórica, vive entre nosotros un hombre salvaje. Se trata del asesino y voraz hombre que destruye bestialmente, y sin reparo, todo lo que le rodea, ya sea vivo o inerte. Y este instinto inhumano y salvaje, es una conducta innata adormecida durante siglos.
Hace generaciones tomó el mando del planeta Tierra sin imaginarse lo peligroso que podía ser la explotación de recursos naturales, la caza por placer o la aportación de desechos al medio. Más tarde, las personas se conciencian de que, efectivamente, el hombre pertenece a un ciclo ecológico en el que cualquier intercambio con su medio es determinante y que el fenómeno dar-recibir es una constante que nos achaca porque la alteramos. No cabe duda de qué es el cambio climático, que llegó y se instaló entre nosotros. ¡Es el hijo bastardo y no deseado de nuestra relación con La Tierra!
De sobra sabemos que los pérfidos y ávidos políticos, nuestros políticos, juegan a pasar la bola, dejando a un lado los informes de los expertos. Las personas se conciencian, pero la capa de ozono se sigue abriendo y la caza furtiva es todo un clásico que se niega a desaparecer. Si seguimos así, le habremos dado a La Tierra una lenta e intensa agonía hasta su final. ¡Trágico final!, ¡nuestro final!.
Por ello, para la conservación de todas y cada una de nuestras especies, y digo nuestras solamente porque el hombre determina su existencia, es necesario cantarle una nana al instinto salvaje. ¿Y de qué forma le podemos cantar una nana? Pues colaborando con asociaciones y cuidando nuestro quehacer diario. De esta forma, estaremos colocando la base de un grandioso proyecto, un proyecto que devolverá al hombre las características que le diferencian del salvaje cavernícola.
Fdo.: Rubén Hernández Romero