Cultura

La hora de Salguero

Como ustedes sabrán, si se han tomado la molestia, el presente mes lo finalizaremos con la inauguración de la exposición de Juan Salguero cuyo lema viene a referirse al apellido y firma del autor Salguero. No sólo creo que es una suerte tener la oportunidad de acudir a conocer su nueva obra, sino que además me complace verla tras haber asistido durante la temporada a las exposiciones de Lorena Amorós y Rafael Hernández (sin mencionar la colectiva 10).
Todo ello muestra del buen momento que vive el trabajo plástico de los y las artistas de Villena y de la magnífica acogida que recibe tal trabajo por parte de la ciudad, cosa la de la acogida que también pueden comprobar pasando por las exposiciones que con periodicidad regular se realizan en La Taifa, El Túnel o el Colosseo. Con todo, lo que ahora toca es disfrutar con el complejo (me atrevo a llamar) trabajo de Juan, cuya obra alejada de la figuración hay que aprender a observar. Para ello deberemos alejarnos también desde nuestra mirada de la búsqueda de figuras, de la representación, para recrearnos en las texturas y formas, de los recorridos, que nos presenta.

El día anterior a dicha inauguración, día 30 de marzo, la Casa de la Cultura (por cierto, un tema a estudiar sería si quitar el artículo “la” de su nombre o no) nos propone el último espectáculo teatral de Leo Bassi, La Revelación. Es muy probable que a lo largo de los meses que han transcurrido desde su estreno ustedes hayan escuchado alguna de las reacciones que ha provocado la propuesta de este inquieto bufón (dicho como definición, que no como insulto). En cualquier caso me refiero al saboteo de su montaje por parte de grupos extremistas católicos, quienes como sus homólogos islámicos se manifiestan día sí día no delante del teatro Alfil, quien acoge la función.

El escándalo, además de los insultos, las pintadas en la cartelera, el lanzamiento de huevos y otros objetos a la fachada y las amenazas de muerte, llevó a la suspensión de una función debido a la colocación de un artefacto explosivo dentro del teatro. Para tranquilidad de quien no conociera la noticia diremos que tal artefacto tenía una mínima capacidad de explosión, por lo que es de suponer que su función no era otra que la de asustar. Es de imaginar que tales actos no sucederán en nuestra ciudad, lo que no quita que quizás algún grupo inquieto se anime a manifestarse delante del teatro –cosa que animaría el cotarro y sería, imagino, del gusto del artista– ahora que este país ha cogido en su totalidad el gustillo al tema de las manifestaciones (lo que nos llevaría a instar a nuestros científicos a que guiasen su labor hacia la creación de un manifestómetro con precisión de polígrafo).

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